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Isabel Menéndez Benavente

Tormenta de ideas

Isabel Menéndez Benavente

No es una casa, es un hogar

Se me parte el alma. No soy capaz de imaginar la desolación de todas aquellas personas que veo en las imágenes y cuyo dolor traspasa la pantalla y me aprieta el alma. No puedo ni imaginarlo.

La naturaleza parece haberse enfadado con nosotros, quizás porque siempre la hemos maltratado. Se venga, enfadada, brutal. Y se convierte en un monstruo, en un terrible dragón cuyas lenguas de fuego arrasan todo un pueblo entero. Y lejos, en la península, la naturaleza solloza y ahoga las esperanzas de cientos de familias. Porque sí, han salvado la vida. Han sobrevivido, pero han perdido parte de su vida. Se ha quedado sepultada bajo toneladas de lava o de agua embarrada. Sí. Viven, pero a costa de una pérdida que será difícil de superar. Han perdido su casa, sus recuerdos, sus pertenencias, el trabajo de toda una vida, y no saben qué más pueden soportar. Hemos pasado una pandemia, hemos vivido con informaciones, con cifras diarias, en una macabra rutina de muertes que paralizaba nuestra alma, que nos hacían estar en un constante duelo. Y ahora esto. Hasta cuándo, hasta dónde puede el ser humano superar tanto desastre, tanto vacío, tanta tristeza, esa que parece que nos impregna y nos roba la esperanza, que ha quitado las ganas de vivir de todas esas personas que se asoman cada día a nuestra casa.

Cómo sobrellevar la impotencia de tener que escoger, qué parte de tu vida rescatas de la nada, qué te llevas, qué salvas. Aquella Super-8 de tu boda, o del nacimiento de tus hijos, o las fotos de tus padres, esas que miras a veces para intentar recordar sus caras, sus sonrisas. Sentimientos escritos en notas, de ellos, de él, que guardas como un tesoro, porque sabes que les ha costado expresar todo lo que te quieren, que necesitas leerlos de vez en cuando, cuando la pena o la nostalgia te invaden. No, no puedo ni imaginarlo. Es toda una vida que has tejido bajo el techo de una casa que no es solo un techo, qué va. Es tu hogar, porque lo has convertido en tu hogar a través de los años. No, no es una solución habitacional. Es tu hogar, por Dios, ese que has tejido con hilos hechos de amor, de risas, de muchos llantos, de sacrificios y esfuerzos, de tantas y tantas renuncias. Porque en aquella habitación dormías a tu hijo, y le enseñabas las estrellas en aquella terraza, y lloró contigo siendo un adulto en aquel rincón… Porque en aquella habitación el amor os unió tantas, tantas veces, y la pena impregnó sus paredes cuando las ausencias se hacían insoportables. Esa era tu casa… La que la rabia de la naturaleza entierra, esa que desaparece. Y con ella, parte de tu vida. Y es que no, no es una casa. Es un hogar.

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