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Jesús del Campo

De Somió a Tapia

En recuerdo de Pío Sánchez, párroco de San Julián durante más de medio siglo

Fui varias veces a visitar a don Ángel Pío Sánchez, con mi hermana y mi cuñado, a su casa cerca de Tapia de Casariego, en ese paisaje tan especial que enriquece la diversidad de Asturias. Las montañas tienen otro color, la costa tiene otro relieve. Alguna vez me pregunté qué habría pensado don Pío el día en que dejó atrás sus obligaciones en Somió y enfiló la carretera del Occidente. En esas visitas que acabo de mencionar comimos juntos, hablamos un poco de todo, era una alegría verle. Hoy es una pena grande haberle perdido. Es fácil elogiar su persona; era un hombre muy intuitivo, muy conocedor de los otros, sabía quién era quien y condujo con tacto admirable las complejidades de su parroquia. Su compañía era balsámica; tenía una gran serenidad y sabía desdramatizar, con un humor sutil y bondadoso, los problemas de la gente. Era admirable en su discreción, y queda en la memoria su trabajo de décadas como pastor ejemplar. Con tantos años en Somió, te acostumbraste a asociar a la figura de Don Pío con los paisajes de la parroquia en la que creciste y que fueron cambiando. Los humanos tendemos a cuidar las rutinas, y más cuando son buenas. Don Pío fue importante en las vidas de quienes le escucharon, su palabra les dio ánimo y orientación en muchísimas ocasiones. Le recuerdo, desde luego, charlando con mi padre, con quien tuvo una amistad cercana; mi padre le admiró enormemente. Y le recuerdo en las festividades de la parroquia y también en sus caminos, yendo a visitar a quien lo necesitara.

Los paisajes cambian y se desvanecen. En Somió hay más casas y, al menos en alguna de sus calles y según cuentan los periódicos, más ruido. Hay teléfonos móviles y destrezas renovadas en los laberintos de la revolución digital; la gente tiene otras costumbres y fabrica otras conversaciones. Pero queda el sedimento de quien habló bien y con la palabra justa, queda la gratitud a quien sirvió a la comunidad. Al contrario de lo que hacemos con las rutinas, los humanos cuidamos poco la gratitud; ese descuido nos empobrece. Tenemos una deuda con quien nos hizo bien en nuestras vidas, tenemos una deuda con quien nos ayudó. No será fácil volver al Occidente y ver la casa de don Pío desde la carretera, el tiempo es una escuela de aceptaciones y ahora toca aceptar que se ha ido un hombre bueno. Por eso viene bien recordarle ahora y vendrá bien recordarle en el futuro; el mundo se hace difícil y necesitamos a los ejemplares. Cambiarán Somió y el planeta entero, pero mantendremos el recuerdo agradecido y leal a un párroco admirable, a un amigo que nos hizo mejores.

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