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Maribel Lugilde

Algocracia

Hasta dónde debe decidir la inteligencia artificial en lo colectivo y lo personal

¿Qué ocurriría si sustituyéramos a nuestros gobernantes por computadoras que, gracias a algoritmos gestores de datos surgidos de nuestras rutinas de vida, consumo o voto, agruparan nuestros deseos y tomaran decisiones en vez de hacerlo los políticos con sus controversias? ¿Qué clase de sociedad construiría la inteligencia artificial actuando como una gran hermana mayor? ¿Esa “algocracia” mejoraría la democracia? Según el filósofo Daniel Innerarity, perderíamos nuestro “derecho al futuro” porque sólo la inteligencia humana tiene visión crítica y puede imaginar el cambio.

Innerarity participó el fin de semana en Laboral Centro de Arte en la interesantísima jornada “Democracia algorítmica”, junto con artistas y activistas que ofrecieron una panorámica entre seductora e inquietante sobre el futuro. Ése que tanto nos perturba porque “ya sólo podemos imaginarlo distópico”, en palabras de la periodista experta en tecnología Marta Peirano.

La reflexión inicial de Innerarity tranquilizaba porque salvaguardaba la soberanía de la mente humana; más todavía desde la perspectiva plagada de ricos matices de un pensador. El hombre todavía gana a la máquina, pudimos pensar. Pero la ilusión enseguida se diluyó en dos realidades. Una: nuestra vida es transparente, somos básicamente entes generadores de datos. Dos: el tratamiento de los mismos da poder a empresas y estados, que pueden manejarnos a través de nuestros deseos y miedos.

Ejemplo paradigmático fue el Brexit, al que se llegó desde una campaña basada en asaltar las redes y bombardear a cada votante con presunta información que agitaba sus temores más profundos y le hacía ansiar la desconexión. La película “Brexit, la guerra incivil” de Toby Haynes, lo recoge de forma estremecedora. Supermercados vacíos y peleas en las gasolineras por llenar el depósito contradicen el paraíso prometido. Pero ya se votó.

Unos votos sugestionados por el mismo mecanismo que nos hace, por ejemplo, ver embobados un vídeo tras otro en nuestro móvil. Si usted lo hizo anoche robándole tiempo a la lectura o a una buena conversación, siéntase -como yo- culpable e indague sobre el concepto de “circuito de dopamina”, mecanismo básico de cualquier adicción.

La buena noticia es que buceando en ese inmenso entramado de datos también se pueden destapar maniobras comerciales o políticas, verdades incómodas. “La tecnología para el bien”, en palabras de David del Cabo, de la Fundación Civio, un nuevo periodismo de investigación para hacer transparente la opacidad interesada de las administraciones. Visiten su web.

Conviene, por tanto, que desarrollemos una mirada crítica sobre el engranaje invisible del que somos piezas cómplices, caminando hacia la perfecta inteligencia incompetente. Antes que sea demasiado tarde. Como en el escenario imaginado por la artista Pinar Yoldas: un nuevo ecosistema surgido del exceso de plástico… donde ya no quedan seres humanos.

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