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Sariego

Nuevas epístolas a “Bilbo”

José Manuel Sariego

Visita de primas

Largos paseos por Gijón de tres recién llegadas

Vinieron a pasar el primer finde de julio de este 21 a Gijón cuatro primas de San Sebastián: Marimar, Amaia, Elena y Susana; y una de León: Viti. Aquí las esperaban las primas de la localidad: Bego y Rosa. Esta última igual de prima, aunque perteneciente a otra estirpe. El nexo común de la parentela estriba en los dos abuelos enterrados en el cementerio de Riosa. El abuelo Alfredo trabajó como un burro, bebió como un cosaco y folló como un conejo. Con eso está dicho todo, si algo hubiera que precisar. La abuela Enriqueta, como la madre coraje que canta Víctor Manuel, dedicó buena parte de su existencia a parir. Trece hijos parió su duro cuerpo, quince amamantó su mismo pecho. Madre y nodriza a la vez, sobrada de leche y falta de parné a un tiempo. La mina, la guerra y el tren le enlutaron unos cuantos refajos, no menos de cuatro. Y nunca, nunca escatimó la sonrisa Enriqueta. Nunca, nunca frunció su rictus risueño.

No vinieron las primas a rememorar desventuras de la casta. No. No se juntaron para lamerse las heridas unas a otras. No. Organizaron un encuentro de mujeres de “taitantos” años arriba o abajo con el propósito de ponerse un rato el mundo por montera y beberse los vientos futuros juntas, como si de una despendolada despedida de solteras se tratase. Posaron, radiantes, envueltas por el aura del “Elogio del Horizonte”, junto a “Las Letronas”, a los pies de Pelayo, a la vera del “Árbol de la Sidra”... Compartieron ricas viandas en el barrio alto. Asistieron en El Bibio al concierto de “Rulo y la Contrabanda”. Se tomaron las copas reglamentarias en el Pícaro y la Bodeguita del Medio.

Me vienes ahora con remilgos, cacho perro: que por qué no te avisé de su llegada, que ni siquiera te presenté a las chicas, que te oculté a las primas, que también son familia tuya, que soy un egoísta, un mal amigo, un traidor, que guau, guau, guau.

Ya que te pones así, me vas a escuchar, “Bilbo” del carajo. Nada te dije porque eres un can, de mano, insociable, hosco. Nada te molesta más que el trastoque de las rutinas de cada día. Nada te encrespa más que el bullicio en tu derredor. Nada te pone más histérico que la novedad. Como para codearte en sociedad estás tú, animal de bellota. Si, encima, vas y te me pones chulo, no me quedará otra opción que airear tu “modus vivendi”, de forma que todo dios sepa la vidorra que te pegas, que no das palo al agua, que te crees con derecho de pernada cual chucho malcriado. ¡Habrase visto!

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