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Fernando Cuesta Fernández

Simplemente Tino

Hay personas que tienen la virtud de cambiar nuestra vida. Tino Arbesú fue una de ellas. En 1978, cuando yo sólo era un jovenzuelo recién salido de la Facultad, me dio la oportunidad de escribir mi primer artículo, en una revista sobre cómics llamada “El Wéndigo”, sobre un conocido cómic de nuestra Posguerra, “Roberto Alcázar y Pedrín”. A partir de ese momento descubrí una vocación, que he ido desarrollando a lo largo de mi vida, a través de diferentes senderos. Ahora, muchos años después, Tino ha abandonado esta dimensión terrenal, para entrar a formar parte de la eternidad, con pleno derecho. Fue un león, un titán, una fuerza de la naturaleza, un luchador incansable e insobornable de la causa de la Cultura Popular.

Le conocí con apenas veinte años, dirigiendo un cineclub, y poco después supe de sus faceta de pionero en la reivindicación de la historieta como una de las grandes artes del siglo XX. A ella dedicó la mayor parte de sus energías, primero desde las páginas de un periodo provinciano, y después en una revista periférica que acabaría por convertirse en mítica referencia de aficionados, pero siempre animado con la misma pasión y la misma vehemencia. Porque Tino siempre creyó en lo que hacía y lo que decía, y lo sustentó en argumentos, muy pensados y bien razonados. Fue un visionario, un adelantado a su tiempo, defendiendo a capa y espada causas que entonces no eran de dominio público, pero a las que el tiempo terminó dando siempre la razón.

Dirigió durante dos décadas y media un salón del cómic que trajo a Asturias, y por cuatro perras, a lo mejor de lo mejor: Will Eisner, Lee Falk, Jean Giraud, Alejandro Jodorowsky, Quino, Francisco Ibáñez.., que es lo mismo, mutatis mutandis, que acercarnos a John Ford, Howard Hawks, Billy Wilder, Alfred Hitchcock, Stanley Kubrick, Akira Kurosawa o Quentin Tarantino.Con cuatro perras, repito y recalco, puso a Asturias en el mapa mundi del cómic, y nos legó una obra teórica ciclópea, a nivel nacional e internacional, avalada por prestigiosas instituciones. Y todo eso lo hizo directamente desde la pasión, alimentada desde una difícil infancia de Posguerra, cuyos demonios cotidianos exorcizó a base de historietas y programas dobles –siempre en su biografía dos de los grandes artes propios del siglo XX–. Genial autodidacta –su formación era eminentemente técnica–, desarrolló una particular sensibilidad que le permitió llegar al meollo de los grandes monumentos culturales de su centuria.

Insobornable, combativo, coherente, Tino Arbesú ha sido una de las figuras clave del último medio siglo de la cultura asturiana, ha dado la alternativa a toda una generación de creadores que han cultivado diversos géneros, y nos ha dejado un recuerdo imborrable y una herencia incalculable. Fue un gigante, tanto en lo humano como en lo intelectual, un ejemplo a seguir y una razón para continuar y perseverar en la senda que nos trazó. Espéranos allá donde estés, Tino, que un día volveremos a hablar largo y tendido de “El hombre que mató a Liberty Valance” o “El hombre Enmascarado”, tu cómic favorito.

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