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Francisco Fresno

Reflexiones sobre el espacio público

Sobre la desconsideración social de lo público

No viviendo en Gijón, recibo una llamada indignada de Gonzalo Suárez, hijo del insigne artista gijonés Aurelio Suárez. Me comunica que la escultura que doné al Ayuntamiento de Gijón se encuentra utilizada como soporte con una cinta enrollada para cortar el acceso al Parque de Isabel La Católica con motivo del temporal, sin que por otra parte cumpliera con dicha función al estar las vallas tiradas y la gente circulando por el parque.

Tras este hecho, el martes, 7 de diciembre, me hacen llegar las disculpas y una comunicación de la Alcaldesa, que se encuentra de vacaciones y absolutamente horrorizada por el suceso, constatando que no ha sido una acción de la Policía Municipal sino, supuestamente, de algún particular incívico. Ello, más allá de lo particular, me lleva a una reflexión crítica con un afán constructivo sobre un marco general más extenso respecto a la desconsideración social de lo público.

Se da la paradoja de que esta misma sociedad que se atiborró de papel higiénico al principio de la pandemia es la misma que convierte en basurero, con motivo de la fiesta, una playa, un campus o una plaza mayor en la boca de un ayuntamiento, todo ello consentido en la práctica. La diferencia tan grande en estas cuestiones de higiene tiene que estar en que los culos son privados y cada uno limpia el suyo, mientras que los espacios públicos cuentan con el personal de limpieza a cargo de los impuestos del conjunto de la ciudadanía.

En realidad, la libertad de Ayuso ya se viene practicando desde hace tiempo en casi todas partes con el beneplácito de gobiernos de todos los colores, y con justificaciones no muy alejadas de las de la presidenta de la Comunidad de Madrid, al presumir de la eficiencia pública de la limpieza para dar cobertura a la libertad de la fiesta.

Ha tenido que ser la ideología del bicho covid quien nos pusiera en nuestro sitio, aunque la antigua inercia social y política siga empujando en la misma dirección. Repetimos que para evitar estos comportamientos necesitamos más y mejor educación, pero lo cierto es que al Gobierno actual le parece mejor quitar de en medio la Filosofía en las mejores edades para las preguntas. Mejor llevar a los más tiernos a la pescadería que darles cañas de pescar, no vaya a ser que un día pesquen y piensen por sí mismos.

Las Humanidades, y dentro de ellas la Filosofía y las Artes, resultan necesarias para saber ver y leer (en el amplio sentido de la palabra), y como consecuencia de ello para saber pensar. Ya lo viene repitiendo Emilio Lledó, que para qué queremos la libertad de expresión si no tenemos la libertad de pensamiento para poder razonar a la altura de las circunstancias.

De esta mengua de las Humanidades que llevan a la baja el poder razonar y convivir como personas civilizadas, igual dentro de la polis que en la España vaciada (no solo territorial, sino también de pensamiento crítico) vienen las desconsideraciones de un sector de la ciudadanía que ve lo público con la rebaja de creer que al ser de todos no es de nadie, y que no merece el mismo trato que lo privado. Es como si de forma subconsciente se creyese que la luz solar da permiso para degradar y banalizar lo que pertenece al espacio público, aunque desde nuestros orígenes el arte venga humanizando los espacios, igual el prehistórico dentro de las cuevas que el del Neolítico en las cumbres del paisaje, pero incluso este arte sufre el tonto vandalismo.

Sí, necesitamos educación en todas partes, dentro y fuera de lo institucional, una educación para saber pensar y aprehender la realidad con un sentido más amplio, para abrir los ojos igual dentro de casa que fuera de ella, para convivir sin el miedo a la verdadera libertad responsable, superando una mentalidad infantil y adolescente que también manifiesta la sociedad adulta cuando sumisa y gregaria mete la cabeza bajo la irresponsable sombra de su ala.

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