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Maribel Lugilde

Por si el olvido

Adoquines en recuerdo de gijoneses deportados del nazismo, memorias y desmemorias

Georg y Rosa Salinger, fueron deportados en 1943 desde Berlín a Auschwitz junto a su hijo Gerd. Un año antes, su hija Úrsula había sido enviada al gueto de Riga. Los cuatro murieron. Esta breve historia está grabada en cuatro piezas de latón brillante en los adoquines de la Rosenthaler Strasse de la capital alemana. Reparé en ellas como anteriormente lo había hecho con otras similares en Praga o Ámsterdam.

No supe componer el puzle de la familia Salinger. ¿Por qué Úrsula fue enviada antes a un gueto en Letonia? ¿Qué desesperada agonía vivieron los otros tres miembros de la familia hasta su destino fatal en el campo polaco? Tal vez la respuesta exista en algún lugar de la memoria colectiva documentada. O bien en la familiar, si hubo otros Salinger supervivientes. Sea como fuere, cuatro placas en el adoquinado siguen diciendo hoy al mundo, 78 años después, que aquella desdichada familia existió y sus vidas fueron arrebatadas.

Son los “stolpersteine”, los adoquines de la memoria ideados por el artista berlinés Gunter Demnig. Nació el mismo año que los Salinger fueron deportados y formó parte de la primera generación alemana que hubo de exorcizar los demonios heredados del nazismo. Habla Primo Levi en “Los hundidos y los salvados” de iniciativas como “Aktion sühnezeichen”, la “acción expiatoria” que después de la guerra llevó a muchos jóvenes alemanes de vacaciones a ciudades europeas destruidas para trabajar en su reconstrucción.

Desde entonces, todo esfuerzo es poco en el país germano para no perder la memoria. A día de hoy, existen más de 75.000 stolpersteine en ciudades de veinte países, entre ellos, España. Gijón colocará en 2022 treinta y dos por otros tantos gijoneses enviados a Mauthausen, Buchenwald o Sachau, entre otros infiernos.

No conocemos sus historias. Murieron o no regresaron para contarlas. Quien puede hacerlo, escribe Jorge Semprún, superviviente de Buchenwald, en “La escritura o la vida”, se siente “un aparecido. No se ha librado de la muerte, la ha atravesado, mejor dicho, ha sido atravesado por ella”. Pero sus nombres emergerán en nuestras aceras. Como Georg, Rosa, Úrsula, Gerd.

El gobierno vasco entregó hace unos días los denominados “Cuadernos de memoria y reconocimiento” a 86 familias de asesinados por ETA cuyos casos siguen sin resolver; un acto simbólico para “restituir la dignidad” de esas gentes. La Ley de Memoria Democrática sigue atascada; como la capacidad de ponerse de acuerdo en una reparación que sigue vergonzosamente a la espera.

El injusto, peligroso olvido, siempre al acecho para devorar lo que fuimos. Referencia de lo que queremos ser. Y lo que no.

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