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Juan Manuel Moreno Cubino

Ella, la isabelina presidenta de Madrid

Sobre un liderazgo que, más pronto que tarde, padecerá el terror de la soledad

Según Chesterton, la mediocridad, posiblemente, consiste en estar delante de la grandeza y no darse cuenta. Bajo esa premisa se puede medir mi mediocridad si me encuentro ante la isabelina presidenta de la comunidad de Madrid y no darme cuenta de su verdadera grandeza. Pero, es que si escarbas en su mirada observas cierto misterio oscuro e indescifrable. Si miras con fijeza a sus ojos verás impostura y engaño. Su pose rígida y orgullosa la ves en persecución del carruaje de Cibeles.

No puede decirse de Ella que sea inteligente y menos brillante, tampoco, que haya destacado como alumna relevante en su clase. Quizá su encanto radique en ser altiva, atrevida, creída e insolente. Su soberbia la lleva a creer que el mundo le pertenece y, por tanto, todo lo que en él se mueve es de su propiedad. Acostumbra a usar los ropajes del cinismo y de la frivolidad porque es lo que se espera de Ella y, por tanto, no hay más norma que su voluntad.

Si eres pobre, desarraigado y marginal, (Cañada Real, por ejemplo) no digas ser su amigo, Ella te desmentirá. Solo permite la amistad de la clase elitista que no incomoda en las visitas. De la gente rica acomodada que tampoco incomoda, pero qué, sin embargo, se vuelve incomoda si empatizas con los incomodos marginales, también incomodos, por la incomodidad que ello les supone. Ella no está por la labor de asustar a las buenas familias, aunque su salario también salga de los náufragos de esos suburbios marginales de pobreza y explotación.

En realidad, empatizar con banqueros, con empresarios, con personas de abolengo franquista y familias de apellido largo y compuesto da más pedigrí clasista, mayor fiereza política para romper con ese submundo sumergido, irracional e ignorante que, luego, incomprensiblemente, se deja atraer por sus hazañas de heroína en clave electoral, aunque la forma de votar y a quién es opción de uno mismo. Lamentablemente, somos parte de un país, con tendencia a perdonar todo y alinearse con discursos populistas capaces de anestesiar a las mentes menos formadas. “Sí me engañas una vez tuya es la culpa. Si me engañas dos, la culpa es mía: (Anaxágoras)”. Todo este apoyo electoral, la fortalece hasta el extremo de cuestionar principios de base democrática e igualitaria. Ella va de chulapa, de madrileña castiza, pero con signos incurables de grandeza.

No siente sonrojo en manifestar que todo lo hace en pro de la libertad. Qué mal interpretación de la libertad cuando ésta se deforma sin pudor y con descaro. Para Ella la libertad es decir “no” a todo, al considerar que solo las personas llegan a ser libres si son capaces de decir “no” a las normas, a las tradiciones, al Gobierno de la nación, a los jueces y a su propia organización política, como es el caso, del PP. Mantenerse en el “no” a Ella le da un barniz populista de libertad sin dejarse intimidar.

Considero que su liderazgo, más pronto o más tarde, padecerá el terror de la soledad, pues en el fondo, mal que a Ella le pese es más frentista que frente. Cuando solo se persigue el ejercicio político del poder con apoyos minúsculos de base y de territorio se ha de estar muy alerta para luchar contra elementos de base y territorio mucho más poderosos (PP). En teoría, sin estructura sólida la guerra contra su partido está perdida. Aún ganando el duelo en Madrid el suelo se le volverá resbaladizo. Sólo es cuestión de tiempo. Al menos, los que la alientan hacia esa actitud chulesca, valentona y le ríen sus gracias, deberían decirle que en política no hay segunda oportunidad, no hay retorno. Que la política, si bien, a veces, une a perfectos desconocidos, las más de las veces, aleja, disemina y solivianta sus vidas para siempre. La euforia del momento terminará utilizándola como escudo contra las lanzas afiladas del PP que la van a herir de gravedad. Cuestión de tiempo.

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