Cuando en la ciudad fallecía algún miembro de la masonería, la prensa gijonesa afín incluía la esquela correspondiente. Algunas veces dos: una a cargo de la familia y otra pagada por la propia logia masónica. La casuística es muy amplia. Algunas veces, la esquela llevaba en la cabecera la clásica cruz cristiana, pero lo habitual era o bien que no llevase ningún símbolo o que tuviera clara simbología masónica como la flor del pensamiento (nomeolvides), una acacia o una corona de laurel; cuando no una columna y en alguna ocasión un compás entrelazado con una escuadra, o el propio sello de la logia. En el caso de la gijonesa logia Jovellanos, un trébol. También en algunas ocasiones se pueden ver dos manos estrechándose o una cadena rota.
Un caso significativo de esa variedad es el de Alberto de Lera Álvarez, seguramente el más importante masón local. Murió en Gijón el 3 de octubre de 1932 a los 68 años, y su entierro fue uno de los más multitudinarios en la historia de la ciudad. El diario “La Prensa” encabezó su esquela con una corona de laurel, la de “El Noroeste” la vemos con una flor (concretamente nomeolvides), y en “El Comercio” la esquela llevaba una columna, una especie de I mayúscula encima del nombre y apellidos del difunto. Añadimos a eso que Alberto de Lera está enterrado en El Sucu en un nicho osario, el número 123, y en la lápida vemos una cruz cristiana y el texto “Familia de Alberto de Lera. R.I.P.”.
Alberto de Lera Álvarez era Gran Maestre de la Logia Regional del Noroeste de España desde nueve años antes. Una esquela fue pagada por del Ayuntamiento de Gijón (era Alberto de Lera un alto funcionario municipal), otra por el Círculo Melquiadista y por el Partido Republicano Liberal Demócrata, y la tercera era la esquela familiar. Hubo otra: sólo para sus hermanos masones, anunciando una tenida fúnebre el 28 de octubre. Como pasa con todo lo referente a la masonería gijonesa es conveniente consultar sobre el tema la amplia obra publicada por Víctor Guerra.
