Opinión

Un pediatra bueno

El 1 de enero de 2022 salgo de guardia. Cansado. He dormido hasta las 7 de la tarde y, al despertar, decido ir a Oviedo a ver a mi tía y a mi abuela. Al llegar, pasé por casa de Ramón (“a ver si lo veo”). Habíamos quedado para esta semana. Teníamos pendiente un café y un partido de tenis eterno, que siempre posponíamos, para asegurar la próxima vez. Lo que vi fue una UVI móvil aparcada en su calle. Pensé que estarían reanimando a alguien y seguí mi camino. Una hora más tarde me llamó Antón. Había muerto Ramón. La UVI móvil era para él.

¡Qué curioso! Justo antes había estado jugando al golf (le encantaba). Y ayer fue el Oviedo-Ponferradina, sus dos equipos del alma. De esas cosas que uno no sabe por qué pasan. Ramón es la persona por la que yo decidí hacer Pediatría, y pediatría en Gijón, en Cabueñes. Fue la primera persona que yo conocí de ese servicio, cuando era estudiante de Medicina. Fue la representación perfecta del servicio que es esa familia (perdón, creo que se dice al revés). En ese momento me enamoré. De la Pediatría, del servicio, de la urgencia y de él. Era un buen tipo, un gran tipo. Auténtico, generoso y, sobre todo, muy buena persona.

Recuerdo muchas conversaciones con él. En la cafetería San Pablo, en cualquiera de los bares de La Argañosa. Recuerdo tantos problemas y soluciones; no sólo de Medicina, sino también de su vida y de la mía. Nos conocíamos bien. Recuerdo tantos congresos de SEUP, tantos estudios y proyectos (íbamos a presentar la tesis juntos antes del verano), tantas conversaciones con dudas de abuelo, tantas protestas para mejorar las cosas... Recuerdo la última vez que lo vi. Nos encontramos como siempre (me esperó a la puerta de la consulta y me dijo “joder, tomas café con todos menos conmigo”) y nos despedimos como siempre (sin grandes alardes, y a la espera de volver a vernos pronto). Recuerdo también el último café en la cafetería del hospital. Me prestó mucho verle tan bien. Fue un reencuentro especial. Compartíamos mucho. Gran parte de la forma de ser, la practicidad, el amor por Cádiz, la afición al Oviedo, al tenis y, sobre todo, la urgencia pediátrica. Él y Antón (su amigo y compañero del alma, siempre lo serán), me enseñaron la esencia de ser un buen pediatra de urgencias. Y un pediatra bueno. Ellos me inculcaron la pasión y las ganas de mejorar y hacer siempre lo mejor posible por los niños y sus familias, en un ambiente como urgencias y con niños enfermos, que nunca es fácil.

Yo sé cómo quería la urgencia de pediatría de Cabueñes y la SEUP. Eran su casa. Lo sé porque eso también me lo enseñó y, ahora, también lo compartimos. Lo sé porque yo también las quiero así. Ramón es de esas personas que deja un legado. De esas personas con ideas locas (de genio), con impulso, con ganas de mejorar. Ahora es el momento de continuarlo. Y sé que será así. Nuria, Antón, Clara, Laura, Concha y toda la familia de ese servicio seguirán marcando el camino de un pediatra bueno. Él estará protestando para cambiar cosas desde donde esté (seguro que algo no le parece bien). Espero que nunca se me olvide que yo empecé a ser pediatra, y después pediatra de urgencias, por él. Habrá que terminar el estudio de tu tesis y tendrá que subir el Oviedo. El café y el partido de tenis lo jugaremos. Tampoco tengas duda. Pero aún no. Primero, hay que continuar tu trabajo en la urgencia pediátrica de Cabueñes. Un abrazo, amigo bueno. Te quiero y te valoro mucho más de lo que tú nunca llegaste a pensar.

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents