La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Sariego

Nuevas epístolas a “Bilbo”

José Manuel Sariego

Siesta salvífica

El descanso a media jornada

Ahora resulta, “Bilbo”, que la siesta recupera el prestigio perdido. Ahora resulta que la frecuencia con que las personas duermen la siesta está, en parte, regulada por sus genes. Parece ser que la biología es tozuda: todos los humanos, sea cual sea su característica cultural, su extracción social o su ubicación geográfica, sufren a media tarde el decaimiento de su estado de alerta.

Resulta que historiadores y antropólogos destacan que la noción de descanso cambió al irrumpir la cultura del trabajo. Resulta que con la revolución industrial se empieza a denostar la figura de los seres adormilados, se reprueba el vicio de descansar y se asocia a la vagancia. Se extiende la idea de que dormir menos funda y asienta el progreso personal y social.

Resulta que, en tiempos agitados, trepidantes, desbordantes, andamos tan molidos que soñamos con una siesta, un momento de solaz en silencio y en penumbra que nos retrotrae a la época de nuestros abuelos. Ahora, cada vez más voces proclaman reconquistar la siesta como un acto subversivo contra la noción de actividad y agitación sin fin, alentada por una dictadura digital que aspira a decretar los usos de cada uno de los minutos de nuestra vida.

Resulta, según cuenta la periodista Mar Padilla en un artículo reciente, que la activista afroamericana Tricia Hersey, harta de andar permanentemente cansada, como millones de mujeres de todo el mundo, ahíta de padecer una sensación de agotamiento constante, decidió investigar la privación de sueño como un problema racial y de justicia social. Promovió en 2016 un movimiento artístico-cultural que organiza encuentros y siestas colectivas para reflexionar sobre el poder del descanso y combatir la creencia de que debemos estar ocupados todas las horas del día. Se pregunta por qué si pagas 200 dólares por un tratamiento facial se supone que te estás cuidando mientras que si cuidas tu cuerpo a base de dormir se considera una vergüenza. La activista afirma que vivimos en un sistema tan tóxico que ha conseguido robarnos no solo nuestro descanso, sino también nuestra intuición. Entiende que, en estos tiempos hiperproductivos que exacerban las desigualdades sociales, la siesta se convierte en un acto de resistencia y de transformación. La fatiga eterna, concluye, quiebra voluntades y crea autómatas.

Ahora resulta, “Bilbo”, que sestear o echar una cabezada, además de descubrirse que proviene de una herencia genética inevitable, no ha de considerarse signo de la pereza de un pueblo, ni condenarse como si fuera una fea costumbre de poblaciones zánganas, ni tacharse como síntoma a extirpar del atraso de un país; sino que se erige en un acto de rebeldía frente a las imposiciones del capitalismo reinante. Tú sigue durmiendo a pata llana, anda.

Compartir el artículo

stats