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Filippo Priore

A ti, hermano

El infinito vacío que deja en su familia Paolo Priore

Me corresponde escribir la columna que jamás hubiera deseado para honrar tu memoria y lo primero que me pregunto es cómo resumir los casi 50 años que compartimos en unos 500 caracteres. Tú, con tu pragmatismo y tranquilidad innatas, me dirías que muy fácil: no excediendo los diez caracteres por año.

Sin embargo, yo que me dediqué a los números, es decir, a las ciencias exactas, que se decía entonces frente a las letras puras, como si hubiese una incompatibilidad entre lo exacto y lo puro, por seguir tus decididos pasos más que por vocación mía. Pero escaparé de cualquier tipo de fórmula numérica para definir el infinito vacío que tu ausencia ha causado en tu familia, en tus amigos y en cualquier persona que haya tenido la oportunidad de conocerte.

Mientras escucho de fondo “Bohemian Rhapsody” de Queen, uno de tus grupos de música favoritos, en las yemas de mis dedos siento que por cada golpeo de estas sobre el teclado del ordenador puedo percibir cómo el latido de mi corazón bombea sangre a todo mi cuerpo. Y esa sensación me reconforta. Y es que hace más de una década, fuiste tú quien me donó la sangre para que mi corazón no dejase de latir. Es por ello que, en este caso, no es una frase hecha sino una verdad tan científica como literaria, tan exacta como pura: hasta mi último latido, tú no dejarás de vivir en mí.

Probablemente esos seis años de edad que nos separaban hicieron al inicio de este tu inesperado usurpador del trono de principito que nuestros padres te habían asignado, un enemigo de juegos al que superar y a ser posible destruir. Pero el paso del tiempo puso todo en su lugar correcto, a pesar de nuestras formas de vivir o entender la vida tan dispares en ocasiones. No tengo la menor duda de que para esos padres que hoy lloran sin consuelo posible el no poder abrazarte, tú que nunca fuiste muy de mimos mientras que yo era el zalamero, eres motivo de orgullo por todo lo que lograste en esta vida que, al final, tan cruelmente se ha portado contigo.

De tus debilidades hiciste tus mayores fortalezas y de ser un alumno del montón pasaste a ser un alumno brillante, para acabar convirtiéndote en todo un catedrático de la Universidad de Oviedo. Y todo ello a base de sacrificio personal, mientras a tu alrededor esa aureola de persona afable, discreta y confiable, iba in crescendo con la misma consistencia que adquiere una bola de esa nieve que tanto adorabas, cuando baja rodando desde lo más alto de una ladera. Sólo que tú no causabas destrucción alguna, sino al contrario: creabas puentes de unión que evitasen cualquier conflicto.

De ti, hermano mío, podría decir tantas cosas como rosas fuera capaz de plantar en un jardín donde las mariposas fuesen las almas de quienes, como tú, esperan el día del reencuentro con las personas que te quieren. Hasta entonces, con sus lágrimas hacen esas flores aún más hermosas.  

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