Cuarenta años han pasado desde el estreno de “Volver a empezar”, la película rodada en Gijón y que llevó el nombre de la ciudad al mundo entero al lograr el primer premio “Oscar” para una producción española. Una efeméride que se conmemoró ayer con la colocación de una placa en el hotel Asturias y la proyección del filme en un abarrotado teatro Jovellanos, previo coloquio. Este homenaje institucional y popular había sido solicitado por los cineastas asturianos en el último reportaje de una reciente serie de LA NUEVA ESPAÑA sobre la obra de José Luis Garci, de 14 entregas y dedicada a repasar no solo los entresijos de la producción, sino también los aspectos sociales, económicos y culturales de la ciudad. De la lectura de esas páginas y del mero disfrute de la película se pueden extraer dos conclusiones fundamentales: la profunda transformación que ha experimentado Gijón en estas cuatro décadas y el notable cambio de costumbres de sus vecinos. Pero esta fecha no solo es un buen momento para poner el retrovisor, sino también para mirar al futuro desde el pasado, la única forma de diseñar un proyecto colectivo viable.

Cuando se facturó “Volver a empezar”, como se puede apreciar perfectamente en el largometraje, los coches transitaban por la calle Corrida, los trenes llegaban a la antigua estación del Norte (ahora Museo del Ferrocarril), El Molinón estaba en crecimiento y el actual puerto deportivo estaba poblado no por yates y veleros, sino por los barcos pesqueros de Cimadevilla. En El Natahoyo, muchas calles estaban sin asfaltar y la contaminación provocada por la gran industria, con miles de trabajadores, ocasionaba ya problemas, pero la concienciación social era mínima. Baste con señalar en esta comparación temporal que el teatro Arango, donde se hizo la primera proyección, alberga hoy una franquicia de una multinacional de hamburguesas. Poca discusión hay respecto a los cambios. Pero la pregunta es obvia: ¿hacia dónde ha ido Gijón y, sobre todo, hacia dónde debe ir?

Porque en estas cuatro décadas de democracia, se ha configurado una ciudad infinitamente más ligada a los servicios, al turismo y la hostelería. En paralelo, se ha producido un notable envejecimiento de la población y un preocupante éxodo de jóvenes, lo que ha generado otras necesidades. A abordar estas dos transformaciones, la económica y la social, deben orientarse todas las políticas públicas de las diferentes administraciones, sin olvidar los nuevos paradigmas medioambientales que imperan en toda Europa. Y, por supuesto, sin renunciar al alma industrial y portuaria del municipio. Solo sobre estos pilares, perfectamente contrapesados, se puede construir un porvenir viable. No se trata en este caso de volver a empezar, sino de reajustar un camino marcado precisamente en la época de la película, que no está exento de pronunciadas curvas.