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Sariego

Nuevas epístolas a “Bilbo”

José Manuel Sariego

La gatina presumida

Respuestas para la vida

Había una vez una gata que se llamaba “Nela”. Cuando cumplió los cinco años le regalaron un precioso lazo rojo que le colocó la dueña en el cuello. La lazada, ancha, abundante, se bamboleaba al ritmo de sus carreras y brincos por toda la casa. Cuando se vio reflejada en el espejo de la salita de estar, ella misma se asombró de su belleza. Descubrió que desde su nuca felina se extendían las alas carmesíes de una mariposa gigante. Deseosa de presumir de tanta hermosura, se asomaba todos los anocheceres al alféizar de la ventana de la cocina, que daba a la calle principal, para deslumbrar a los transeúntes. Un soldado, de vuelta al cuartel a paso ligero con el petate al hombro, paró en seco ante Nela y le preguntó:

–¿Gatina, gatina, te quieres casar conmigo? –La gatina presumida miró de arriba abajo al soldado de porte tan marcial y le repreguntó:

–¿Y qué harás por las noches?

–Tocaré a retreta con mi cornetín de plata para que nadie interrumpa tu descanso.

La gatina presumida giró, desdeñosa, la cabeza:

–Ay, no, no, que el sonido estridente de tu trompeta me asustará.

Agachó la cerviz el soldado, reacomodó el petate sobre la espalda y continuó su camino hacia el acuartelamiento, desprovisto de anteriores aires garbosos.

Otro anochecer se detuvo ante “Nela” una enfermera que al hospital se dirigía con andares presurosos. Prendada de la gata, le formuló la misma pregunta:

–¿Gatina, gatina, te quieres casar conmigo? –La gatina presumida observó con curiosidad a la mujer de azul coronada por una cofia blanca y respondió:

–¿Y qué harás por las noches?

–Cuidaré todas las heridas que te ocasionen las jornadas de la vida con mi botiquín.

–Ay, no, no, que el olor a medicamentos me mareará y las jeringuillas me asustarán, –contestó la gata restregándose los ojos con su pata delantera derecha, mientras la enfermera, decepcionada, se alejó.

Recordarás, “Bilbo”, que en uno de nuestros pandémicos paseos nocturnos nos topamos casualmente con Nela, encaramada a la ventana. Lo sorprendente no fue que desistieras de ladrarla, sino que te quedaste mirándola a perro puesto, hipnotizado por su brillante lazo, supongo, produciéndose entre ambos el diálogo siguiente:

–¿Gatina, gatina, te quieres casar conmigo?, dijiste tú.

–¿Y qué harás por las noches?, respondió de nuevo “Nela”.

–Pues qué va a ser, lo que siempre hago: dormir y callar, dormir y callar, fue tu contestación.

–Ay, sí, sí, contigo me casaré, dijo, alborozada, la gatina presumida.

Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.

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