Uno más, y ya son catorce los discos que Quique González ha lanzado en una carrera que se acerca al cuarto de siglo. El último lleva por título “Su en el valle” (2021), y aunque su autor enfatiza el carácter más intimista del álbum, en realidad no encontramos grandes sorpresas; los referentes siguen apuntando a la música americana, con una mezcla de folk y blues-rock, y el resultado es un puñado de canciones que difícilmente conquistará nuevos públicos, pero que sin duda ha servido para consolidar a sus seguidores más fieles.

Fueron estos los que se dieron cita el pasado domingo en el teatro de la Laboral, y aunque no son legión sí son numerosos (algo más de medio aforo) y viven con devoción cada concierto. Fue un recital sin sorpresas, armado para un público convencido y con un repertorio de más de veinticinco canciones en el que Quique recorrió su trayectoria y presentó gran parte de su último álbum en directo. El madrileño sabe que su fuerte está precisamente en sus canciones, y no escatimó a la hora de vestirlas en directo con una banda nutrida por grandes músicos y en la que destacaba la presencia del asturiano César Pop a los teclados. Fue en las teclas donde observamos más colorido tímbrico y una propuesta que equilibraba el peso que las guitarras suelen tener en sus canciones.

Las canciones de este músico cuentan historias que respiran melancolía y dibujan postales a base de arquetipos y tópicos que parecen evocar un imaginario cinematográfico: carreteras y auto stop, barras de bar y camareras… un universo de lugares comunes cargados de una nostalgia sin referente concreto, un hipérbaton histórico en el que cada oyente puede recrearse a placer haciendo suyas las canciones.

En los conciertos de Quique todo discurre sin prisas. El pasado domingo empezó con “Sur en el valle”, el tema que abre su último disco y toda una declaración de intenciones de lo que sería el recital: un blues-rock en tiempo lento, mucho peso en bajo y batería, detalles puntuales en teclas y cuerdas y la voz de Quique como protagonista, sacando todo el color a su característico grano vocal. Los temas se iban sucediendo y en el teatro imperaba la calma, los tímidos conatos de palmas enseguida se apagaban ante un concierto pensado para escuchar. Hubo alguna oportunidad para corear el estribillo de “Te tiras a matar” y puntuales momentos en los que el público se venía un poco arriba, como en “Salitre”, pero la tónica estaba clara. Para muestra, “Tornado”, que discurrió lenta, minimalista en su instrumentación y delicada en la batería, como si de un oxímoron se tratara.

El cambio de tercio llegó en los bises, y “Miss camiseta mojada“ introdujo por primera vez algo de rocanrol en el concierto. Pero el momento de comunión entre artista y público se hizo esperar hasta el último tema, cuando todos cantaron “Vidas cruzadas” puestos en pie y el público estalló en una sonora ovación.