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Jaime Torner

Serguei Lavrov, la otra cara de Putin

El ministro ruso de Exteriores

En la actual invasión rusa de Ucrania, Serguei Lavrov, ministro de Asuntos Exteriores parece representar la cara más amable del “putinismo” agresor, aunque también esconde la de un hábil político y negociador inflexible que vende caro un hipotético acuerdo de paz con Ucrania. Revisando su trayectoria política destacaría los siguientes hechos:

En primer lugar, Lavrov nació hace 72 años en Moscú y entró en la carrera diplomática al graduarse en el Instituto Estatal de Relaciones Internacionales (1972), especializado en temas económicos. Inicialmente, formó parte de la delegación soviética en Naciones Unidas hasta la transición de la Unión Soviética a la actual Federación Rusa. En 1991 fue nombrado subministro de Exteriores y, en 1994, representante permanente de Rusia en la ONU, cargo ejercido hasta 2004, cuando fue nombrado actual Ministro de Exteriores por Vladimir Putin. Consiguientemente, Lavrov tiene una dilatada experiencia diplomática y poder político para manipular impunemente a su conveniencia cualquier versión oficial de un acontecimiento.

En segundo lugar, entre las fuentes consultadas, existe cierta discrepancia respecto a si Lavrov pertenece al núcleo duro del “putinismo”. De hecho, existe el precedente de su dimisión del gobierno durante una semana (enero del 2020) como protesta al proyecto de Putin para modificar la constitución rusa. Además, inicialmente, Lavrov era contrario a invadir Ucrania y, según parece, su oposición fue ignorada por Putin y el Ministro de Defensa, Serguei Shoigu. Sin embargo, como discípulo de Andrei Gromyko (antecesor suyo en el Ministerio de Asuntos Exteriores y reconocido protagonista de la “Guerra Fría” frente las potencias occidentales), Lavrov también se ha manifestado comprometido a recuperar para Rusia su área de influencia en Europa.

En tercer lugar, a Lavrov se le atribuye una personalidad cautivadora y carismática, pero sarcástica y cínica, capaz de negar lo evidente. Así, destaca su justificación para bombardear el hospital materno-infantil de Mariupol, declarando que era base de un batallón ultra-radical y no contenía pacientes ingresados; versión rotundamente desmentida por las imágenes televisivas.

Finalmente, al igual que Putin, Lavrov padecerá la congelación de sus bienes dentro de la UE y también se incluye en la lista negra del departamento del Tesoro de EE UU. En definitiva, tras una aparente imagen de diplomático amable, sensato y dialogante, parece vislumbrarse un personaje cínico y sin escrúpulos que antepone su condición de funcionario leal al gobierno de Putin a proceder como político éticamente correcto.

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