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Maribel Lugilde

El misil del gas

Debilidades al desnudo de la economía globalizada de libre mercado

El dirigente embelesado por la gloria zarista y heredero de los más oscuros modos soviéticos, Boris Yelsin, nos ha dado la última lección sobre la globalización del libre mercado. Se ha embarcado en una invasión que compromete seriamente la paz mundial con riesgo de guerra nuclear pero su estrategia bélica lleva incorporados otros mecanismos de presión próxima a la agresión que se activan solos. De entrada, nos ha lanzado el misil del gas.

Hace poco más de un mes, estábamos tomando nota de los puntos débiles de las economías europeas que la pandemia puso en evidencia de la forma más dolorosa: el desabastecimiento. Deslocalizar en todo o en parte la producción hacia terceros países pudo ser muy tentador empresarialmente pero se convirtió en una trampa cuando nos fallaron los suministros en los momentos críticos. Hubo que negociarlos a machete y pagarlos a precio de oro. En algún caso, con comisiones dudosas que habrá que investigar. A río revuelto, ganancia de pícaros y piratas.

Estábamos en ese aprendizaje, azotados además por los precios disparados del mercado de la energía en el que la UE se resiste a intervenir, y llegó Yelsin a ampliarnos el catálogo de debilidades. En primer lugar, nuestra dependencia de Rusia y Ucrania. Pero subsidiariamente, la dudosa transformación de sectores estratégicos como el del transporte. Bajo la etiqueta de la competitividad se ha colado la precarización: trabajadores convertidos en autónomos que difícilmente resisten reveses como una escalada salvaje de precios del combustible.

Pero el misil del gas ha dejado a la vista otras disfunciones. En Gijón tenemos desde 2012 una regasificadora cuya construcción supuso una inversión de casi 400 millones de euros. No llegó a funcionar, pendiente de trámites -estudio de impacto ambiental y autorización administrativa- que la dejaron en vía muerta hasta hoy. Diez años para descubrir que habría sido un equipamiento estratégico en una red diversificada de suministro de gas para buena parte de Europa. Ahora, con el gas al cuello, pisamos el acelerador.

La depuradora del Este, el metrotrén, las estaciones fallidas... son proyectos en los que se comprometieron buenos dineros públicos para después transitar auténticos purgatorios. La visión cortoplacista de los equipos de gobiernos a cualquier escala, de la local a la estatal, no ayuda. Se maldice el problema heredado, parchearlo es más tentador que solucionarlo y, al borde de las elecciones, se le da la patada hacia adelante.

En un mundo de economías interdependientes, cada cual con su talón de Aquiles, qué necesaria es la visión de estado, a largo plazo, más allá de legislaturas e intereses partidistas. No vaya a ser que, tacita a tacita, el metrotrén acabe siendo refugio nuclear.

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