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Eduardo Viñuela

Crítica / Música

Eduardo Viñuela

Un jazz con inventiva

El concierto de Benny Lackner Trío

Hacía casi una década que Benny Lackner no pisaba un escenario gijonés, y volvió con el formato trío que lleva veinte años dando buenos frutos y consolidando un lenguaje personal dentro del panorama jazzístico europeo. La música de Lackner no se deja arrastrar por las dinámicas de la improvisación solística ni por las comodidades de los ritmos de swing. Muy al contrario, en sus piezas se aprecia un cuidado especial por la inventiva, por construir estructuras que ofrezcan algo nuevo en cada pasaje y sorprendan al oyente con ideas melódicas, giros y sonoridades inesperadas.

Con estas premisas, no es de extrañar que el recital pasara por momentos muy diversos, algunos más intimistas, otros cargados de intensidad sonora, y todos ellos bien conducidos por un trío de músicos rodado, que sabe lo que se trae entre manos y que apuesta por un equilibrio de conjunto. Así, el concierto empezó con aires casi impresionistas al piano, y poco a poco se fue configurando una melodía que avanzó sin prisas sobre una armadura rítmico-armónica que fue ganando solidez hasta finalizar en un pasaje agresivo, de obstinada reiteración, y con reminiscencias del rock de los años noventa. Estos momentos de reiteración se repetirían más adelante, como en la batería de “Here to stay“.

Con cada tema se fueron sumando detalles, y las ideas melódicas deslavazadas iban encontrando acomodo en el conjunto de forma natural; también aparecieron los sonidos de un sintetizador que estableció interesantes diálogos con el piano. “Piano house“ dio más libertad a los músicos para introducir breves improvisaciones, pero las sincronías y los puntos de anclaje siempre predominaron sobre los lucimientos a solo. Uno de los temas más emotivos de la tarde fue “It's gonna happen“, una pieza con estructura de balada en la que el piano conduce la melodía sobre un clima sosegado, construido por las sutiles intervenciones de batería y contrabajo.

El blues también tuvo su espacio con “Tears“, un tema que avanza sobre un ostinato descendente que, a pesar de lo reiterativo, no logró que la pieza cayera en la monotonía. Sin duda, una muestra de la capacidad de Lackner para imponer su impronta incluso en las estructuras más encorsetadas de la música popular. La recta final fue más intensa, con desarrollos en los que el baterista Matthieu Chazarenc utilizó las manos como baquetas, también con pasajes en los que Paul Kleber se soltó al contrabajo. Y cuando llegó el acorde final, el público rompió a aplaudir en una ovación que se prolongó hasta merecer una propina. En este tema final el concierto siguió sumando melodías y efectos, como las cuerdas apagas en el piano o las notas distorsionadas que Lackner consiguió introduciendo una hoja de papel en la caja del piano. El público se fue satisfecho, y con la convicción de no haber asistido a un concierto más de jazz, sino a un recital que presentaba una propuesta definida y madurada que demuestra una personalidad propia.

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