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Javier Gómez Cuesta

Palabras con silencios

Javier Gómez Cuesta

La cruz y los crucificados

El inicio de la Semana Santa

Últimamente se han activado en algunas personas y grupos muy ideologizados actitudes contrarias a toda simbología religiosa y especialmente contra la cruz, que quieren eliminar y derruir de todo espacio público. En principio, va contra la libertad religiosa. Solamente en países con regímenes autocráticos están en vigor leyes que prohiban la simbología religiosa, como China, que ejerce un tira y afloja en su tolerancia, y Rusia durante los períodos de represiones zarista y soviética. En Lituania existe la Colina de las Cruces donde fueron llevadas las que obligaron a quitar. Algo parecido he leído que pretende una plataforma, al crear “La Pradera de las Cruces” al norte de Madrid. En Occidente ha sido un signo entendido y leído como de paz, amor y perdón.

La cruz originariamente fue signo de castigo y martirio. Antes que en el antiguo imperio romano, la crucifixión como castigo, la utilizaron asirios y babilónicos, egipcios y persas y son los fenicios los que la introducen en Roma en el siglo III a.c. En la cruz morían, lentamente y como espectáculo vengativo, esclavos, rebeldes, criminales, penados de bajo estado social y enemigos del sistema. Era una muerte vergonzosa e indigna y por ello, en la afueras de la ciudad. Así murió Jesús de Nazaret, “el que pasó por este mundo haciendo el bien”, acusado de ir contra el régimen teocrático judío y el imperialista romano. Murió perdonando. Precisamente, por ser tan ignominiosa y humillante, los primeros cristianos nunca utilizaron la cruz como signo distintivo. Los iconos en las catacumbas son el pez, el cordero, el árbol, la paloma... Será a partir del siglo V, cuando se elija como signo expresivo de hasta dónde nos amó Dios en su hijo Jesucristo que entregó su vida por nosotros. Presidirá todas las iglesias, se pondrá en todas las sepulturas como señal de esperanza y la reproducirán los grandes imagineros y pintores e inspirará a los mejores músicos. El mejor arte tiene como protagonista la historia del Crucificado. De castigo atroz, el Nazareno, la convierte en el signo de amor y de perdón.

Pero más allá de lo cultural y artístico, es posible que, ahora en Semana Santa, nos surja la pregunta de ¿cómo es posible creer en un Dios crucificado por los hombres? Es algo revolucionario. No es un Dios lejano, abstracto; como Creador y Padre quiere estar presente donde están sus hijos, las personas y sobre todo en sus calvarios. Quiere ser el grito vivo de la injusticia, pero lleno de esperanza, de tantos y tantos crucificados. Hoy el calvario sangrante e inhumano está en Ucrania. No es algo del pasado.

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