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Javier Gómez Cuesta

Los científicos y Dios

La relación entre la fe y la investigación

Leo la noticia de la muerte del asturiano Antonio Fernández–Rañada Menéndez de Luarca, eminente físico y, lo subrayo, gran humanista. Lo reconoce el microbiólogo César Nombela en la necrológica que escribe. Es la mejor virtud que puede acompañar al mejor de los científicos. La gran mayoría lo han sido. Conocí a don Antonio Fernández–Rañada en las celebraciones de los Premios, entonces, Príncipe de Asturias, una etapa de mi vida que no olvido y que agradezco inmensamente a su fundador, Graciano, el haberme contado entre los miembros de los jurados. Pude conocer y saludar a muchas personas notables en las ciencias y en las artes. Algunas dejaron impacto. Don Antonio, sin duda, por su humilde y mucha sabiduría, su cercanía afable y su interés por el diálogo entre la ciencia y la fe, debate–enfrentamiento que acompañará siempre a la Humanidad. Las dos son muy importantes para el hombre y responden a distintas inevitables preguntas, que algunos concretan en que la ciencia se pregunta sobre el “cómo” y la religión sobre el “por qué” y “para qué”.

Cuando vi su nombre, me saltó a la memoria su libro “Los científicos y Dios”, obra que citan todos los que ahora notician su biografía. Tiene un origen que merece la pena recordar. Su autor dice que lo generó “por casualidad”. Comenzó siendo una conferencia en un encuentro interdisciplinar entre ciencia y religión que organizó un colega jesuita científico catedrático de Geofísica, Agustín Udías. Graciano, siempre con sentido de la actualidad, leyó la conferencia y le pareció muy interesante y de actualidad para que ampliándola pudiera convertir en su libro. Así fue en el año 1994. Que lo escribió con cariño lo demuestra en la dedicación a su padre que “no lo puedo leer” y le hubiera gustado y a su madre que sí pudo tener en las manos la primera edición. 

Leí entonces el libro con enorme interés. Siempre me interesó este tema. Resumo su tesis con una frase de su prólogo: “Lo esencial de este libro es probar la falsedad del estereotipo de que los científicos se oponen necesaria y radicalmente a la experiencia religiosa, basta con aducir que muchos de primera fila creen en un Dios lo suficiente para elaborar un sistema personal de creencias, fuertemente implicado en la visión del mundo que deriva de su ciencia”.

El Dios que creó el mundo se manifiesta en las leyes maravillosas que el hombre va descubriendo por la ciencia. Don Antonio, en lenguaje theillardiano, supo captar en el cosmos “la Diafanía e Incendio de su Presencia”

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