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Ricardo Gayol

Fútbol y sociedad

El deporte de masas, ¿disfrute saludable o borreguismo cerril?

Acabamos de vivir una eclosión futbolística descomunal: el cierre de la Liga y la final de la Champions en un margen de muy pocos días e incluso horas. Lo cual pone a prueba nuestro equilibrio cívico, para diferenciar la fina línea que separa la visceralidad de la sana pasión.

La final de la Champions League entre el Madrid y el Liverpool estuvo marcada por una tónica persistente en esta competición: un Real Madrid inferior en juego con sus rivales, como había ocurrido desde octavos de final, pero capaz de lograr imponerse mediante su alta motivación y su acierto en los momentos clave de los partidos.

No obstante, la peripecia del equipo blanco encierra uno de esos misterios del fútbol, dignos de análisis pormenorizado, donde la gestión magistral y sencilla a la vez de Ancelotti representa una de las claves fundamentales para un éxito, que levanta tres títulos relevantes de la temporada.

Por fin, no todo es dinero en el fútbol y, aunque se siguen moviendo cantidades desorbitadas, parece que el buen trabajo profesional y la labor de equipo marcan la diferencia. Pero siguen sin gustarme nada las folkloradas que suceden a los triunfos futbolísticos. Me parece legítimo el disfrute saludable de las victorias deportivas, con alguna celebración en sus espacios propios. Mas esa toma de la Cibeles, por ejemplo, la considero ya exagerada y algo impregnado de un borreguismo cerril, que no se debe favorecer y que se podría prohibir si los riesgos fueran previsibles. Menos aún se puede tolerar un desmadre como el producido en París antes de la final. Eso requiere un plan especial, que corte por lo sano con los desmanes de las aficiones o de cualquier otro grupo.

También la Segunda División tuvo final apoteósico, que encima afectó a los equipos asturianos: mientras el Sporting había conseguido evitar el descenso en la penúltima jornada, el Oviedo se jugaba la posibilidad del play off en la última, en un cálculo de opciones, donde el papel del Sporting era parcialmente decisivo. La solidaridad astur no funcionó y, aunque la ayuda consistía en ganar, con lo que nada se transgredía, no fue así. Nadie duda de que el Sporting podía perder con Las Palmas, pero no se constató la voluntad inequívoca de intentar vencer.

Es indudable que hay millones de motivos para no apoyar al Oviedo, porque se lo ha ganado a pulso, y que las relaciones entre clubes son nefastas. Sin embargo, intentar ganar es la primera obligación de un profesional. Y además, la oportunidad de que un equipo asturiano ascienda a Primera es un impacto notable para la región y para acreditar un nuevo tiempo para esa rivalidad, en términos de sana competición y trato fraterno, que debe superar las viejas querellas del borreguismo cerril.

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