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Eduardo Viñuela

Crítica / Música

Eduardo Viñuela

El idilio de Simovic con la OSPA

El violinista montenegrino supo combinar virtuosismo y contención en una apuesta por el equilibrio de conjunto al frente de una orquesta soberbia

El idilio de Roman Simovic con la OSPA continúa en la que fue su tercera visita a Asturias en poco más de un año, y la buena sintonía entre el solista y la orquesta se percibe en la relación que el violinista mantiene con los músicos de la sinfónica asturiana sobre las tablas. Lo pudimos comprobar el pasado jueves en el teatro Jovellanos, con un programa cuyo ilustrativo título, “Clasicismo romántico”, daba pistas sobre los equilibrios estilísticos que íbamos a presenciar en el concierto. El virtuosismo que caracteriza a Simovic no invitaba a ser muy optimista en cuanto al resultado de la interpretación, pero el montenegrino supo integrarse en el conjunto, fundirse con él para hacerlo avanzar con firmeza desde la dirección de la orquesta, y salir al frente cuando fue preciso para regalar brillantes pasajes a solo que emocionaron al público.

El “Concierto para violín en mi menor” de Mendelssohn es una de esas obras en las que el solista debe integrarse en el grupo y destacar únicamente en los momentos precisos. El tema aparece pronto, y Simovic lo abordó con determinación para lograr una perfecta definición. El montenegrino manejó bien las dinámicas del conjunto en la dirección y cuidó matices y articulación de su violín para alcanzar un sonido lleno de vitalidad que contó con un sustento adecuado en el acompañamiento orquestal. En el solo final Simovic combinó limpieza en la ejecución y sentimiento, apostando de nuevo por el equilibrio. En el “Andante” destacaron sus fraseos largos con vibrato y el diálogo fluido con los vientos, mientras que el “Allegro molto vivace” final imprimió al concierto un tempo endiablado en el que el músico se maneja a la perfección. Esta exhibición de virtuosismo disparó la ovación cerrada antes de la pausa.

Desaparecieron las sillas del escenario para la “Sinfonía nº 4” de Beethoven; es algo a lo que ya nos tiene acostumbrados Simovic, y la verdad es que permite observar una gestualidad diferente, más amplia, en los miembros de la orquesta. La obra respira optimismo, pero sin perder la contundencia que caracteriza a la orquesta beethoveniana; la contención inicial genera expectativa, y cuando irrumpe el tema se impone la densidad y la fuerza, en un ejercicio de compenetración en el que la OSPA funcionó como un reloj. En el “Adagio” pudimos observar un trabajo bien coordinado entre las secciones del conjunto; en el tercer movimiento destacaron los contrastes dinámicos y el empuje del grupo, mientras que el cuarto fue un derroche de grandiosidad sonora, con pasajes veloces en los que la OSPA exhibió nervio y brío para llegar a una cadencia intensa que volvió a desatar la ovación del público. Simovic gusta, convence, y cuando sabe estar en su sitio engrandece a una OSPA que llega al final de esta temporada en plena forma.

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