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Maribel Lugilde

Libros que no leeremos

FeLiX de Gijón, calentamiento global y escritos para el próximo siglo

La artista escocesa Katie Paterson ha puesto en marcha el proyecto “Biblioteca del futuro” que consiste en la custodia de cien obras inéditas escritas por otros tantos autores hasta que vean la luz editadas en libro físico en 2114. Para entonces, ni autores ni Katie Paterson ni los actuales lectores y lectoras estaremos vivos. Sí los árboles del bosque sueco de Nordmarka, que se convertirán en sus páginas, lo mismo que seguirá en pie la “Habitación silenciosa” que guarda desde 2014 los originales en la biblioteca de Oslo. El objetivo: recordarnos que el mundo continuará después de nosotros y hacernos sentir comprometidos con él.

La escritora canadiense Margaret Atwood fue la primera en sumarse al proyecto. Una obra suya que ni ella ni nosotros veremos impresa descansa en el espacio silencioso ideado por Paterson, que ya impactó en su momento con el proyecto artístico “Vatnajökuli, the sound of” una línea telefónica conectada con el fondo de una laguna del glaciar islandés para “escuchar el sonido del calentamiento global”.

He recordado las iniciativas de la artista escocesa mientras recorría la Feria del libro de Gijón bajo un calor inquietantemente tórrido, aunque nada comparable a lo vivido hace días en la de Madrid, donde los actos con escritores se trasladaron al atardecer para evitar el horno en el que se habían convertido las horas del día. El sonido del calentamiento global fue allí el silencio en las casetas.

En una de las carpas de la de Gijón, contaba el escritor Juan Cruz que, un día, cuando era un crío en su Puerto de la Cruz natal, fue víctima de la violenta agresión de otro adolescente, que le golpeó con saña y por sorpresa contra una pared. La escena se recrea en su novela “Mil doscientos pasos”. Lo hizo como acto de perdón hacia su agresor, medio siglo después. Ignoraba Cruz si al abusón le llegaría el eco del indulto. Pero lo que importaba, prosiguió, era que para él, como víctima, supuso una liberación, deshacer por fin el nudo traumático originado por aquel cataclismo juvenil. Perdonamos escribiendo o leyendo aunque el ser perdonado ya no esté.

Dicen las estadísticas que la pandemia nos ha inoculado el virus de la lectura. De libro digital, sí, pero mucho más del físico. Como si necesitáramos recuperar tacto, olor, sabor, sonido de todo. También del amigo silencioso que nos espera para brindarnos proyecciones hacia el pasado y el futuro, íntimas o compartidas, para hablarnos de otros y de nosotros, y cerrar círculos.

Los libros nos trascienden, pobres seres fugaces. Contarán mejor que nosotros el mundo que soñamos y el que dejamos en herencia. Nuestros descendientes nos perdonen.

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