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Javier Gómez Cuesta

Laurentino, un cura piadoso y afable

Bondadoso, piadoso, apostólico e imaginativo, con la sonrisa cordial en el rostro, podía ser su descripción. En las parroquias que regentó en sus 58 años de sacerdocio: Teverga, Sagrada Familia de Avilés, Jove y la Real de la Corte de Oviedo dejó su impronta en obras e iniciativas pastorales. Aunque hablaba con tono suave, era contundente, paciente e insistente en lo que se proponía. Le podía el corazón y el afecto que ponía en las personas y en las actividades pastorales que emprendía.

Laurentino fue un cura eucarístico, de sagrario. A él se debe la revitalización y extensión del Movimiento Eucarístico ARPU (Adoración, Reparadora, Perpetua, Universal) creada por un obispo de esta Diócesis de Oviedo (de1921 a 1934), Juan Bautista Luis Pérez, de quien se dijo entonces que era el obispo más social de España. Juan Bautista conoció, estudiando en Roma, al asturiano Maximiliano Arboleya y al venir a Oviedo lo designó deán de la catedral. Los dos fueron protagonistas de una de las etapas más lúcidas del compromiso cristiano en lo político y social. Este obispo oriundo de Castellón sabía que las motivaciones cristianas, para ser eficaces, tenían que estar movidas e iluminadas por la fe en Jesucristo. Y creó ARPU, asociación aprobada por Pío XI en 1930, para afianzar la presencia real de Jesucristo en la Eucaristia y la necesidad de reconocerle y sentarse con él en el Sagrario. Una verdad inapelable: “Sin Eucaristía no hay Iglesia”. Extendida por toda España, Laurentino, por su entusiasmo y dedicación, llegó a ser su presidente nacional. Aquí en Gijón abrió una capilla en el Natahoyo para incentivar esta Adoración Perpetua.

Fue también un cura vocacionero, de los preocupados por animar a los jóvenes en el seguimiento de Jesucristo en la vida sacerdotal y religiosa. Para ello, tenía un carisma especial. Aunque su talante y aspecto era de “cura clásico”, siempre tuvo feeling con los seminaristas de quienes se veía rodeado y acompañado. Unos cuantos sacerdotes a él deben su ánimo en la vocación.

Sabía captar la fuerza apostólica de la religiosidad popular que cultivaba con sabiduría y maestría, como la devoción, rosquillas y fiesta de San Blas en Jove. Ello le llevaba a tener una buena empatía con las personas y sumar colaboradores con la ayuda de su carácter cercano y cordial.

Tuvo vena de cura constructor. Era atrevido y arriesgado para acometer las obras, poniendo nerviosos a empresarios constructores. Se preocupó del mantenimiento de la Colegiata románica de Teverga, levantó la nueva parroquia de la Sagrada Familia de Avilés, recuperó el órgano barroco de la Corte de Oviedo y tuvo la iniciativa del columbario parroquial.

Ahora que acaba de morir el arzobispo don Gabino, al que le tuvo una gran admiración, él fue el que organizó la bajado a la mina de Hullasa en el pozo San Jerónimo de Santianes de Teverga en 1970, cuya fotografía han reproducido todos los medios de comunicación.

La vida del cura es siempre una vida entregada por completo al pueblo, normalmente con sencillez y humildad, cuya historia de luces y sombras, de gozos y sinsabores queda muchas veces en el silencio y anonimato. Pero trabajan, con más o menos acierto como humanos que son, para construir un mundo más humano que en cristiano se llama el Reino de Dios, reino de valores, en ningún caso de poderes. Laurentino ha sido un buen trabajador de esta causa y acaba de “entrar en el gozo del Señor”.

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