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Ricardo Gayol

Debate sobre el estado de la política

Parece que el Gobierno de Pedro Sánchez había calculado bien el momento del mal llamado debate sobre el estado de la nación, porque suponía un cierre del curso político en clave favorable. Dejando un rastro de iniciativas progresistas sobre el tapete, que ilusionasen a un electorado algo deprimido y cansado.

La faena resultó bien en sí misma y la satisfacción fue bastante generalizada en los grupos del gobierno y en el campo progresista en su conjunto. Más aún, la inmediata reunión tan esperada con Pere Aragonés y la convocatoria de la Mesa de Dialogo con Catalunya reforzaban esa perspectiva positiva de la legislatura.

Pero como la política es un verdadero polvorín, faltaban todavía la crisis interna del PSOE y la de Unidas Podemos para completar un panorama político nada amable. La última encuesta del CIS ofrecía además un resultado novedoso a la contra que aumentaba la tensión previa a unas vacaciones poco tranquilas.

En septiembre entramos en el último año preelectoral. Esto determina un debate permanente, sin convocatoria formal, donde no necesariamente se van a priorizar las cuestiones de fondo, sino cualquier circunstancia que sirva de motivo polémico mediático. Pero, en medio de esa distorsión, cabe pensar que la gestión de los asuntos públicos pese algo más que la escandalera para formar opinión sobre la realidad social. Por ello, la gran oportunidad de los grupos del gobierno de coalición y de la investidura es mantener la ofensiva progresista sin pestañear. Es cierto que siempre existe duda sobre la valentía de los socialistas para culminar esa dinámica con coherencia. Nadie ignora que la apuesta de la derecha no va a decaer en ningún momento, pues está en juego mucho para su futuro en la coyuntura actual, que supondría frenar el avance de Vox, amén de la absorción de Ciudadanos, que beneficiará en ambos casos al PP, un bagaje potente.

Los cambios estructurales operados en el PSOE, que abarcan las portavocías del congreso y del partido, la vicesecretaría general y otras secretarías de la ejecutiva, son un fuerte movimiento de reagrupamiento interno para unir fuerzas para la confrontación política. Ahora bien, no veo claro que alguno de los elegidos tengan el cariz progresista exigible para esta batalla, concretamente dudo de ambas portavocías, Patxi Lópex y Pilar Alegría, pues les falta contundencia ideológica para esa dialéctica abierta ineludible.

En cambio Mª Jesús Montero y Miquel Iceta si responden mejor a ese perfil, por convicción política y por adecuacuión al rol encomendado por Sánchez.

La crisis de Unidas Podemos ha tenido en el cese de Enrique Santiago su expresión más anómala. Es un doble retroceso: en la construcción unitaria y en la solvencia del ministerio. El sectarismo exhibido por Ione Belarra contra IU y Yolanda Díaz es un error descomunal, un pecado de juventud de Podemos que podrá pasar factura a toda la izquierda social.

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