La democracia puede no ser perfecta, pero siempre es mejor que la falta de ella. A medida que la sociedad ha ido evolucionando y madurando, la democracia se ha vuelto imprescindible y, por esa razón, las personas se han preocupado de dotarse de herramientas para fortalecerla y consolidarla. La necesidad de la democracia ha trascendido a la vida de pueblos, para instaurarse en todos y cada uno de los colectivos en torno a los cuales los seres humanos nos agrupamos, ya sea por intereses, hobbies o militancia política.

El PSOE no es una excepción, antes al contrario. Es un partido que, por tradición, ideología e historia, ha sabido ir adaptándose a los tiempos desde aquel 2 de mayo de 1879 en que se fundó. Y dentro de ese cambio, de esa adaptación, las y los socialistas nos dotamos de una herramienta, las primarias, que dan voz a la militancia, que quería, mejor dicho, exigía, ser escuchada, porque tenía algo que decir y quería decirlo, sin cortapisas, sin censuras, sin vergüenza. Y es importante que esa herramienta democrática de la que nos hemos dotado la veamos no sólo como algo normal, sino como algo bueno y, sobre todo, como una forma sana de resolver diferencias entre compañeras y compañeros, en el seno de un partido plural.

Cuando ante la solicitud de un proceso de primarias se responde hablando de "barullu", "ataque" o con frases tan gruesas como "se va a romper el partido", a mi mente viene el recuerdo de Clara Campoamor y su discurso del 1 de octubre de 1931 desmontando todas aquellas teorías que achacaban a las mujeres un alto índice de analfabetismo, una insignificante participación o un escaso compromiso con la República. Es más, llegaron incluso a vaticinar que dar el voto a las mujeres supondría "el fin de la República". Afortunadamente, el voto femenino se instauró y la historia nos ha demostrado que, si bien es cierto que la República tuvo su fin, no fue por culpa del voto de las mujeres. Quizás esté equivocada, pero el paralelismo me parece más que evidente.

Dar la voz a todo el mundo, a quienes piensan igual y, sobre todo, a quienes piensan diferente, discrepar, llegar a acuerdos, o no, pero siempre desde el respeto de saber que por encima de las personas individuales está el colectivo, en cualquiera de las formas en que éste se pueda organizar, nos hará siempre ser más fuertes. Porque escuchar lo que los demás tienen que decir, sin asumirlo como un ataque, hará que nuestro punto de vista se amplie, nos hará tener una visión de conjunto más extensa.

Ya decía Rosa Luxemburgo que "la esencia de la libertad política no depende de los fanáticos de la justicia, sino de los efectos vigorizantes y benéficos de los disidentes".