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Maribel Lugilde

Muertitos

Saludable evocación de quienes no están, como eslabones en la cadena de la memoria

Cuenta el escritor británico Julian Barnes en "Niveles de vida" que, al morir su esposa de forma prematura e inesperada por un agresivo tumor cerebral, acariciaba la idea del suicidio como salida a su aflicción. Descansaba emocionalmente en la imagen de cortarse las venas durante un baño caliente mientras bebía una copa de vino. Hasta que un día abrió los ojos a una realidad incontestable: "en la medida en la que mi mujer estaba viva en mi memoria, al matarme, ella moriría por segunda vez, mis luminosos recuerdos se perderían". Mantenerse vivo era un imperativo moral.

Carlos López Otín diría que Barnes redefinió en ese momento su "ikigai", término con el que los japoneses definen el propósito vital de cada cual. Si antes tenía otros objetivos en la vida, al enviudar, la memoria fue lo que le dio a su existencia el sentido más profundo.

Si han visto la deliciosa, emocionantísima película de animación "Coco", de Adrián Molina y Lee Unkrich, que recrea el universo mexicano de los "muertitos", sabrán que en ella el niño protagonista, Miguel, "se cuela" en el mundo de los difuntos, donde estos siguen siendo quienes son mientras sus seres queridos les recuerdan. Conforme les asedia el olvido, se desdibujan hasta desaparecer. Eso sí les aterra. Convertirse en el "polvo elemental que nos ignora" del que habló Jorge Luis Borges. La definición redonda del "no ser".

Coincide que hace unos días fallecía en Michoacán, a los 109 años, María Salud Ramírez, anciana en la que Disney se inspiró para el personaje de "mamá Coco", abuela de Miguel. Sin ánimo de spoiler les diré que, gracias a la aventura del chiquillo, ella cambia la manera de recordar a su padre. Es un regalo "luminoso", que diría Barnes, para toda la familia. Recordar con justicia y gratitud, sabiendo lo que la persona realmente significó. María Salud será, en todo caso, doblemente recordada.

Lo que para nosotros es en estas fechas una visita solemne y contenida a los camposantos, es en México una fiesta de la memoria. Con altares en casas y cementerios para evocar a quienes faltan. Todo entre comidas compartidas, conversaciones y cánticos, con la convicción de que las almas están presentes, regocijadas de sentirse recordadas.

Asegura el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince en su libro "El olvido que seremos", que los vivos somos "proyectos de espectros que todavía se mueven por el mundo". Abad escribió esta obra en memoria de su padre asesinado en Medellín "para resucitarlo" con un proceso muy simple: "que mis memorias más hondas despertaran".

En estas horas de evocar a nuestros "muertitos", es muy saludable asumir que recordamos al igual que esperamos ser recordados. Somos un eslabón mínimo en la cadena de la memoria.

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