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Toli Morilla

Solo de trompeta

Toli Morilla

¡Qué trabajen las máquinas!

Sobre el muro tecnológico

Dicen que las máquinas nacieron para facilitar el trabajo y liberar al género humano de esas arduas tareas que podían, incluso, acabar con su vida.

Para los antiguos imperios e improperios occidentales y/o/u orientales, la esclavitud sirvió, en parte, para liberar a la gente de esas ocupaciones, digamos, menos saludables, pero, sobre todo, para enriquecerse gracias a la infame explotación.

El progreso industrial llenó el mundo de máquinas, revoluciones y nuevos paradigmas, como dicen los expertos. La atracción por el progreso y los avances tecnológicos es natural en la condición humana, ávida de novedades con que paliar la falta de sentido de la existencia.

A partir de la imprenta se agiliza la burocracia. Con la revolución digital las cosas iban camino a la excelencia. Sin embargo, hace tiempo que se alzan voces contra el llamado muro digital de las actuales administraciones, poniendo el foco en el blindaje que proporcionan las máquinas con su cita previa, aplicaciones, formularios, claves, contraseñas y en la dificultad general para contactar y comunicarse con las instituciones. A cambio, esparcimos nuestros datos personales en el océano digital.

Supongo que les habrá ocurrido, enfrentarse a un formulario digital. Cuando se usaba el bolígrafo y resultaba complicado entender los documentos, el funcionario daba las oportunas indicaciones consciente del servicio público a realizar. En la realidad digital ya no es posible. Se queda uno con cara de gilipollas buscando un teléfono de contacto difícil de encontrar en la reverberante pantalla con la que nos reciben. La respuesta siempre es automática; la máquina trabaja, pero en nuestra contra. Contactar tras realizar diez llamadas o al día siguiente, no es de extrañar. La agilidad, verbigracia del código binario, queda totalmente en entredicho.

Vivo una situación surrealista cuando voy a solicitar el documento de vida laboral. Me sientan delante de un ordenador para conectarme a internet y realizar yo mismo las operaciones. Buscar, rellenar e imprimir. ¡Viva la participación ciudadana!

El espacio se divide en dos zonas diferentes. La sala de espera, con sus butacas azules de casa de cultura; y justo enfrente, la sala de ordenadores. De tal forma que, como en una especie de teatro alternativo, las personas que esperan turno en sus butacas azules miran de frente hacia los siete u ocho que estamos haciendo de funcionarios anónimos en pos de nuestra vida laboral.

El encontronazo que tuve con uno de los funcionarios fue muy aplaudido por el público entusiasta que esperaba su turno. Un esperpento del que todavía no me he podido reponer.

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