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Fernando de la Hoz Elices

Adiós a la persona amada

Nunca entenderé a quienes habiendo amado a una persona en algún momento de su vida, dejan de amarla y pueden olvidar las emociones que le ha facilitado el sentimiento vivido. Algo está pasando en esta nueva sociedad en la que vivimos, para ser tan decisivos en las tomas de decisiones del "ya no te quiero". Quizá sea consecuencia de que no conocen que existe la reconciliación y el perdón para evitar el desamor.

Este pensamiento me viene ahora como consecuencia de que nunca me había planteado la pérdida física de la persona amada, desapareciendo de mi vida a consecuencia de una enfermedad nunca contemplada. Por eso, ahora me atropella la superficialidad de quien no sabe apreciar lo que es el amor en su vida y sabe valorar la permanencia a su lado. ¡Cuánto daría yo ahora de mi existencia con esfuerzo y sacrificio de adaptación para mantener una millonésima parte de lo que se nos ha ido con Conchita!

No puedo, ni debo, en este momento evocar lo que nos ha proporcionado a nuestra familia, especialmente desde el 15 de agosto de 1975, cuando nos comprometimos a través del matrimonio católico a querernos, respetarnos, amarnos y crear hijos para el cielo, ampliado un poco más tarde el esquema de hijos a los que ellos a su vez tienen, es decir, nuestros nietos, que forman el colofón de la felicidad que hemos disfrutado juntos, superando sin límite alguno, con la ayuda de nuestro compromiso cristiano, todas las dificultades que en la vida se precisa asumir con esfuerzo, respeto y, sobre todo, con amor con la ayuda de nuestros principios católicos y, por supuesto, con la fe en Dios y de nuestra madre la Virgen María.

Ahora nos queda, especialmente a mi mientras viva, hasta que ella me reclame volver a su lado, recordar y disfrutar de un pasado muy intenso bendecido con el amor mutuo. Mi estado ahora, ante el reconocimiento de lo que estoy sufriendo por perderla, es simplemente abrir los ojos a quienes no saben apreciar lo que pierden. Si no son capaces de aguantar las inclemencias de la sociedad en la que vivimos , pues tal es así , que solo se puede resignar a este suceso de pérdida de la persona amada, con la fe y esperanza de que desde ahora tenemos en el cielo la mejor intermediaria ante Dios para quienes la hemos conocido, valorado, admirado y amado.

Agradezco a muchas personas su cariño y por ello les pido, al igual que solicita nuestro admirado papa Francisco al despedirse: "Rezad por ella y por mí".

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