La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Héctor Blanco

Los ladrillos del arquitecto

Mariano Marín, un profesional que marcó una época

Durante los últimos 129 años ha existido en Gijón un arquitecto llamado Mariano Marín. Esta singularidad no responde a un portento de longevidad de referencias bíblicas, sino que ha sido posible gracias a una saga familiar que ha ejercido en Asturias con continuidad entre las postrimerías del siglo XIX y el inicio del siglo XXI: Mariano Marín Magallón (1866-1924), Mariano Marín de la Viña (1896-1962) y Mariano Marín Rodríguez-Rivas (1926-2022), fallecido hace dos días. Los tres arquitectos Marín aportaron obras que hoy son esenciales en la historia de la arquitectura asturiana contemporánea y los tres supieron encajar exitosamente en Gijón las vanguardias internacionales propias del momento de cada uno.

Así, Mariano Marín Magallón, titulado en 1894, tuvo un papel fundamental en la introducción en Asturias del Art-Nouveau; Mariano Marín de la Viña, titulado en 1923, destacó dentro del grupo de arquitectos que implantaron la modernidad arquitectónica de la década de 1930 en la región y también participó en la consolidación del movimiento moderno en la de 1950, al igual que Mariano Marín Rodríguez-Rivas, titulado en 1957, quien comenzó en ese momento su carrera profesional con audacia.

Con el proyecto de la nave de la Compañía Asturiana de Artes Gráficas (1901), Marín Magallón introdujo arquitectónicamente en Gijón el Art-Nouveau. Por su parte, Marín de la Viña fue el primer arquitecto que diseñó un edificio en la ciudad para gasolinera –proyectado en 1933 para Carlos Abad en la confluencia de las actuales avenida de Portugal y calle Perlora–, mientras su hijo firmó en 1959 el proyecto de la estación de servicio Mayfer, emplazada en esa misma avenida, que hoy constituye una de las obras más representativas de la arquitectura asturiana realizada durante la pasada centuria. También comparten estas tres obras el infortunio de haber desaparecido.

Como Mariano Marín Rodríguez-Rivas relata en su autobiografía "Teselas de un tiempo ido" (2021), su infancia y juventud quedaron marcada por un contexto familiar en el que convergían no sólo las trayectorias creativas del padre y del abuelo si no también las de figuras tan singulares como la del escenógrafo Rudesindo Marín y la del miniaturista y litógrafo Florentino de Craene, sin olvidar a su tío, el periodista y cronista Mariano Rodríguez-Rivas, ni a su propia madre, Antonia, con sólida formación en Bellas Artes. Este entorno y la educación recibida en el Instituto de Jovellanos se tradujo en una formación de carácter netamente humanista que le impidió mantener un interés específico en un ámbito de conocimiento concreto y que favoreció que en su juventud fuese colaborador de la revista "Alcalá", tuviese contacto con el grupo El Paso, viviese el montaje del museo Casa de El Greco en Toledo y fuese el responsable durante tres años en Radio Nacional de España del programa "Música Impopular"; actividad esta última que respondía a una de sus verdaderas pasiones, la música clásica, mientras que la otra, el mar, ya le había hecho titularse como patrón de yate.

No obstante tuvo que ajustar sus diversas inquietudes personales a la obligación de cursar los estudios de Arquitectura, sin tener una vocación profesional plena según él mismo confesó. De hecho una de las peculiaridades más llamativas de su formación, su paso por el Instituto Tecnológico de Massachusetts –Massachusetts Institute of Technology (MIT)– tuvo que ver en realidad más con la oportunidad que tal estancia representaba para asistir a los conciertos de la Orquesta Sinfónica de Boston que al hecho de que el MIT fuese entonces uno de los epicentros del avance científico y tecnológico del Mundo.

Edificio de la plaza Europa de Mariano Marín. Ángel González

A Mariano Marín Rodríguez–Rivas le tocó comenzar su trayectoria profesional en momento peculiar, si bien desde un punto de vista negativo, ya que tuvo que enfrentarse a un periodo en el que la arquitectura conoció un proceso de devaluación que repercutió directamente en la visión que hasta entonces se había tenido de la figura del arquitecto. El llamado desarrollismo español (1959-1975) laminó en el ámbito arquitectónico valores como la calidad, la creatividad y la originalidad. Unos años de producción masiva durante los que muchos profesionales apenas llegaron a implicarse en su importante función y simplemente entraron en una producción de trámite. Como resultado nuestras ciudades quedaron marcadas por una nefasta huella.

Para Mariano Marín Rodríguez–Rivas, un arquitecto con sensibilidad, capacidad y afán de vanguardia esta coyuntura profesional no resultó en modo alguno favorable, si bien logró desarrollar una trayectoria digna sin faltar actuaciones brillantes. Incluso quizás le sirvió de acicate para plantear con un criterio pionero la necesidad de aplicar un control normativo a la producción arquitectónica para garantizar su calidad constructiva, de hecho años después acabó siendo el impulsor de las Normas de Diseño del Principado de Asturias, lo que no le resultó precisamente una experiencia grata debido a los recelos y oposición que suscitó dentro de su entorno profesional.

A partir de 1962, finalizado su periodo formativo tras doctorarse, Mariano Marín se estableció definitivamente en Gijón, con la premura impuesta por el temprano fallecimiento de su padre que le obligó a hacerse cargo de su estudio, seguido de su ingreso ese mismo año en el Cuerpo de Arquitectos de Hacienda. Este momento clave de su vida había estado ya precedido por un primer lustro de actividad brillante, determinada por obras como las de la citada gasolinera Mayfer –siguiendo la muy de cerca la obra de Félix Candela– o la sede del Club de Tenis en Somió.

Esta etapa inicial ya se había caracterizado por la realización de sus obras en colaboración con otros compañeros de profesión, como su progenitor y José Díez Canteli, lo que tuvo continuidad durante años sucesivos en los que firmó proyectos con Luís Masaveu e Ignacio Álvarez Castelao, con quien obtuvo en 1967 un primer premio por su propuesta para la delegación del Ministerio de Obras Públicas en Bilbao. A pesar de las limitaciones del desarrollismo logró realizar durante las décadas de 1960 y 1970 proyectos de calidad, caso de los edificios ubicados en el nº 14 de la plaza de Europa y en el nº 3 de la del Seis de Agosto de Gijón.

En el ámbito regional fue responsable de una amplia actividad vinculada a la vivienda de promoción pública, correspondiendo una primera etapa a la renovación de barrios mineros seguida de otra en la que abordó grupos de viviendas realizados en Cudillero, El Entrego, Grado, Nava y Oviedo, valiéndole las citadas en primer lugar el premio Asturias de Arquitectura (1986). Entre 1980 y 1995 también realizó varios proyectos para el Instituto Social de la Marina, caso de las discretas casas del mar de Cudillero y Luarca así como de las más elaboradas de Tapia de Casariego y Ribadesella, diseñadas en cada caso atendiendo a su lugar de ubicación y huyendo de soluciones estandarizadas. Su actividad profesional también incluyó el desempeño del cargo de Decano del Colegio de Arquitectos de Asturias entre 1976 y 1978 y de nuevo entre 1983 y 1985. En todo caso, y a pesar de muchas limitaciones impuestas por las circunstancias, hablamos de casi cinco décadas de producción arquitectónica caracterizada por la economía de medios expresivos, la atención a factores clave como función, distribución y ubicación junto al gusto por el orden compositivo, la proporción y una estudiada elección de materiales.

El conjunto de la obra de Mariano Marín Rodríguez-Rivas queda así caracterizada tanto por su voluntad vanguardista como por su discreción. En 1998, tras el revuelo que se produjo al trascender que el "novedoso" diseño elaborado entonces por Norman Foster para las gasolineras Repsol venía a ser un trasunto del su proyecto para la estación de servicio Mayfer trazado cuarenta años atrás, él mismo declaró a LA NUEVA ESPAÑA que como arquitecto consideraba que "las pretensiones de relevancia son peligrosas", quitando hierro al aparente plagio y haciendo gala de su habitual modestia.

Un hombre generoso

Unos años más tarde, LA NUEVA ESPAÑA le dedicó a Mariano Marín y a su obra un reportaje coincidiendo con la celebración del Día Mundial de la Arquitectura de 2012, a lo que siguió poco después la publicación de una amplia entrevista en tres entregas realizada por el periodista Javier Morán. Todo ello fue un impulso importante para poder conocer quién era el tercero de los arquitectos Marín.

En el plano personal, quienes le hemos tratado pudimos disfrutar tanto de su generosidad a la hora de colaborar en el desarrollo de proyectos diversos como del placer de su conversación siempre plagada de referencias y datos de interés para el estudio de nuestra arquitectura contemporánea. Hace unos años conversado en su estudio ya cerrado, entre anécdotas y recuerdos, Mariano tuvo un momento de reflexión que resultó ciertamente chocante: de todo lo que quedaba en aquellas salas, de lo único de lo que el veterano arquitecto confesaba que no tenía previsto desprenderse era de dos ladrillos.

Los había traído hacía años de Londres seleccionados por su peso y dimensiones y, como un tesoro, representaban para él la esencia de lo que había sido una carrera profesional cercana al medio siglo. El misterio de los dos ladrillos es que nuestro arquitecto había concluido en su momento que por su tamaño y peso, determinados como idóneos tras cálculos y comparaciones diversos, en caso de generalizarse su uso podría garantizarse un estándar mínimo de calidad para todas las construcciones. La calidad como objetivo había sido pues la máxima aspiración de su carrera y, de hecho, una de sus preocupaciones fue durante largo tiempo mejorar la calidad constructiva de las obras hechas en Asturias. Un anhelo resumido y contenido en aquellos dos trozos de arcilla cocida. También nos dejó elegancia, vanguardia y belleza.

Compartir el artículo

stats