Seis décadas han pasado desde que el dibujante Isaac del Rivero alumbrara el Festival Internacional de Cine de Gijón, que por entonces supuso un soplo de aire fresco en una ciudad en ebullición debido al crecimiento industrial y donde la programación cultural apenas había germinado, al menos, bajo parámetros comparables a la desarrollada en las principales ciudades españolas y del resto de Europa. Aquella primera edición no tuvo mayor pretensión que acercar el séptimo arte a la población y promover una serie de reconocimientos a sus profesionales, con un prestigio social en crecimiento gracias al impacto que desde décadas atrás tenían las películas de Hollywood. Desde entonces, el certamen ha experimentado una notable evolución, alejado de los circuitos comerciales y centrado en el denominado "cine independiente". Pero en ningún caso ha abandonado su esencia: hacer llegar a los gijoneses y a los visitantes creaciones diferentes que, además de entretener, hagan reflexionar. Su gran mérito, al margen de sobrevivir incluso en tiempos convulsos por disputas políticas o internas, es haberse hecho un hueco en el panorama nacional gracias a su carácter genuino.

La programación del FICX incluye en este pleno regreso a la normalidad (durante el primer año de pandemia se celebró de forma telemática y, en 2021, con mascarilla desde las butacas) 150 películas de 50 nacionalidades, con figuras a ambos lados de las cámaras como María de Medeiros, Ulrich Seidl, Elina Löwensohn, Bertrand Mandico y Werner Herzog; o los asturianos Tito Montero y Ramón Lluís Bande. Una oferta interesante por su heterogeneidad y al mismo tiempo ordenada gracias a los cambios realizados por la organización en los últimos años para orientar al espectador en función de sus gustos e inquietudes mediante la introducción paulatina de secciones. Por contra, llama la atención que los responsables del festival no hayan introducido alguna novedad significativa por la 60.ª edición, más allá de hacerse con los servicios del Gran Wyoming (formidable ayer en su labor) para conducir la gala inaugural y crear un premio especial para la ocasión. La efeméride, en cierta medida, se queda sin celebrar.

Pero esta carencia no restará al FICX su importante papel de dinamización. Tres son fundamentalmente las aportaciones del certamen a la ciudad. Por un lado, es un potente reclamo para cinéfilos de Asturias y de otras regiones, que se acercan hasta las salas de cine locales (este año se han sumado los nuevos equipamientos de Los Fresnos), generando por lo tanto un movimiento económico en una época del año por lo general poco atractiva. Además, es una fuente de inspiración para muchos jóvenes que aspiran a adentrarse en este sector, es decir, hace las veces de cantera. Y, por último, promueve un tipo de creación minoritaria que precisa de este tipo de escaparates para su difusión y promoción; desempeña, por tanto, una función motivacional. Gijón se rendirá a la gran pantalla durante nueve días. Una tradición de noviembre a conservar.