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Sariego

Nuevas epístolas a "Bilbo"

José Manuel Sariego

Una pizca de optimismo antropológico

Tenemos que leer, "Bilbo", un libro recién editado que se titula "Humanos". Su autor, el mallorquín Lluís Quintana-Murci, docente del Instituto Pasteur en París, demuestra, según nos anticipa en una entrevista, que los actuales "sapiens" somos una especie invasiva: llegamos de África a Europa y los neandertales desaparecen; llegamos a Asia y los denisovanos desaparecen; llegamos a Filipinas y el "Homo luzonensis" desaparece; llegamos a Indonesia y el "Homo floresiensis" desaparece. Lo explica así: "Somos una especie muy cosmopolita y adaptable, pues vivimos en el frío del Ártico, las selvas ecuatoriales de África y el Amazonas, los desiertos [...] Soy positivo, no soy fatalista. Somos una especie que siempre sobrevive. Ahora nos damos cuenta de que, ¡uy!, hemos ido demasiado lejos. Pero creo que somos lo suficientemente inteligentes para dar marcha atrás y reparar. Como somos una especie egoísta, ahora nos damos cuenta de que necesitamos el medio ambiente porque se puede volver en nuestra contra".

Reconforta, "Bilbo", toparse con el optimismo del biólogo y genetista citado cuando se nos bombardea intencionadamente con las plagas de Egipto, cuando se adensan interesadamente las nieblas de las incertidumbres: guerras, epidemias, hambrunas, riesgo nuclear, incremento de las desigualdades económicas, precariedad laboral, inflación desbocada, fallos de la cadena de abastecimiento, inoculación del miedo paralizante...

Y no. Neguémonos a interiorizar la resignación como respuesta a la idea fatalista que se pretende imponer. Ya decía Simone de Beauvoir que la fatalidad triunfa en el momento en que se cree en ella. La mayoría de las catástrofes propagadas, escribe Soledad Gallego, no son fenómenos naturales, "sino consecuencia de la negligencia, la incompetencia, la codicia y el abandono del deber de quienes debían hacerles frente en nombre de los ciudadanos".

Tengo la sensación, "Bilbo", de que este irracional fatalismo, que se sustenta en la creencia de que las catástrofes devienen en destino ineludible, imposible de enmendar, y que se disfraza de sensatez, representa a la antipolítica, reproduce las intenciones de secuestrar la voluntad de los ciudadanos, propósito característico de la extrema derecha y del nacionalismo más extremado. Existen sectores políticos y económicos empeñados en que sucumbamos a la resignación, en que aceptemos que no hay manera de cambiar el curso de las adversidades. Tratan de imponer una especie de pragmatismo domesticado que viene bien precisamente a las élites financieras, responsables de esos acontecimientos catastróficos. Ese fatalismo al que se nos empuja no esconde una corriente filosófica, sino que constituye una plataforma política que proclama la defensa a ultranza de lo que hay sin posibilidades de discutirlo o cambiarlo. Y no, "Bilbo", no vale conformarnos con el socorrido "ye lo que hay". Podemos alterar el discurso fatalista a poco que nos lo propongamos.

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