El fin de semana gospel de Gijón cerró el domingo otra exitosa edición con un broche de oro: la voz de Bridget Bazile. Esta estadounidense llegaba al Jovellanos con el único acompañamiento de dos coristas y de Vincent Balse al piano. Ni atisbo de las masas corales que caracterizan al gospel; su voz se bastó y se sobró para llenarlo todo, y su carisma conquistó a un público que venía con ganas de participar y de pasarlo bien toda la tarde.
No en vano, Bazile domina y sabe combinar diferentes registros, y lo demostró desde los primeros compases, arrancando con una voz lírica, limpia y bien colocada que se fue llenando de vibratos y glissandos, adquiriendo diferentes colores. Así, ópera y música negra se daban la mano en una voz capaz de abordar con solvencia cualquier repertorio. El formato intimista se prestaba a que espirituales como "Nobody Knows" o "Deep River" sonaran como baladas, incluso a incursionar fuera del género para versionar "The Prayer", popularizada por Andrea Bocelli y Celine Dion.
Hubo también espacio para patrones de R&B en "Down by the Riverside" o "I'm a Soldier" que se llenaron de palmas y animaron al público. El punto de inflexión llegó con "Rejoice", que empezó con la versión de la pieza de Haendel y derivó al góspel poniendo en pie a todo el respetable y convirtiéndolo en un improvisado coro a tres voces. Ya no hubo vuelta atrás, "Oh Happy Day" y "When the Saints Go Marching In" desataron la fiesta en la recta final del concierto, la temperatura del teatro fue subiendo y las ovaciones fueron ganado intensidad. La despedida fue una balada a modo de propina; "I Am His Child" reestableció la calma y remató un concierto en el que hubo de todo, y todo bueno.