Falcon y derrochólicos

La ministra Yolanda Díaz y su petición para amarse más

Jesús del Campo

Jesús del Campo

Se fue la ministra Díaz a Barcelona y dijo que hay que quererse más. Añadió, eso sí, que si no gobierna ella lo hará la barbarie. La frase es comprensible; el amor humano está siempre lleno de limitaciones. Y también hizo alusión Díaz a las voces que dan por cerrada la cuestión del nordeste para, a continuación, dar a entender que no es así, que el tiempo dirá. Curioso. La única voz que da ese asunto más o menos por cerrado es la del presidente del Gobierno que ella vicepreside y a la que quizá Díaz desautoriza, pero con Díaz no hay manera de entender gran cosa cuando se pone a construir frases en público; su comentario al reciente golpe presidencial en Perú, condenando la vulneración de las normas democráticas en cualquier país del mundo, se pareció mucho a no decir nada.

De hecho, el expresidente Castillo había hablado a su vez de dictadura congresual: el vulnerado era él, según su punto de vista; la frase de Díaz, que ella encabezó asaz torpemente con un infinitivo –tenemos que querernos más, sin duda, pero a la gramática que la zurzan–, es perfectamente reversible y habría valido para cualquier desenlace. Pero en fin, querámonos. Díaz nos exhortó al amor en compañía de la alcaldesa de Barcelona, un premio naranja nato. Los privilegios del poder son apetecibles, y sin duda narcotizantes. Pero quien los busca no siempre anda sobrado de méritos. Díaz no imagina siquiera, pero ni muy remotamente, la inmensa desolación ética y estética que despierta Colau al expresar su convencimiento de que la Constitución está agotada. Gente extraordinariamente poco preparada deja en evidencia, con su torpeza reiterada y su grosería institucional, la nota media social que hemos acabado aceptando. ¿Será que nos los merecemos? Es lo que pasa en España, que pontifica sobre nuestras cosas de comer gente que nunca cocinó. Ni terminó estudios, desde luego. Esa desolación multiplicada ante tantísimas intervenciones penosas a cargo de gente que sabe muy bien qué simplezas repetir para conservar un medro personal genera un hastío inmenso. Quizá humildad también, eso es verdad; quizá debamos aceptar sin rechistar que la cofradía del Falcon nos acuse de derrochólicos. En Falcon se fue Díaz a Roma a ver al papa al que los cristianos de base ven desde lejos y tras pagarse el viaje; sin ellos no habría ni papa ni audiencias ni Vaticano ni nada, pero eso es secundario. Lo importante es esa descarga de protagonismo satisfecho que lleva a asaltar el candelabro, con lo que mola, y proferir sandeces impunemente. Se ponen muy nerviosos los socialistas con lo que se ha dado en llamar el espacio a la izquierda del PSOE. Que no se preocupen, no va a pasar gran cosa. Derrochólicos. En fin. Hay que joderse.

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