Nuevas epístolas a "Bilbo"
Álbum de daguerrohaikus (11)
A veces, "Bilbo", de los bordes esquinados de los álbumes familiares cuelgan una mirada clandestina y una perra libidinosa que no constan exactamente como fotografías sino como hendiduras rescatadas del olvido.
Aquella mirada
Tan, tan recóndita; sin embargo, acechante, casi olvidada.
Al anunciarme la muerte del compañero Liener, me vino a la cabeza un recuerdo no tan lejano. Hacía algo más de un año, me acerqué a visitarlo al Hospital de Cabueñes donde convalecía de una especie de apoplejía brutal que lo dejó sin movilidad y casi sin voz. Al asomarme a su cama me invadió su mirada: insistente, fija, poderosa; y agitada cuando me identificó. Quería hablarme y solo le salían vocablos dislocados, frases ininteligibles que su hijo José Antonio, presente en la escena, trataba de aprender a descifrar. A duras penas pudimos averiguar que repetía una palabra: "uu-nini-onon". O eso concluimos sin ninguna certeza.
Sí estoy seguro de lo que me transmitía aquella mirada que se me quedó clavada en la retina para siempre. Me decía exactamente eso: "unión". Y aquella mirada no transportaba un consejo, una recomendación, no. Se trataba de la mirada exigente, imperativa de un veterano militante socialista a su dirigente más próximo. Aquella mirada me impelía a anteponer a cualquier pretensión particular o grupal, por legítima que fuera, el interés general del conjunto de la organización.
Porque Liener era un ciudadano de recios principios. Y con aquella mirada que he tratado hoy de rememorar en su honor, me recalcaba la máxima de que la unión hace la fuerza que un partido como el nuestro necesitaba para actuar firmemente en defensa de los trabajadores, de la igualdad entre los ciudadanos, de la justicia social en el mundo, objetivos por los que Liener combatió sin descanso.
La perra "Luna"
O maltratada, masoca o lastimera, o casquivana.
A "Luna" le encandilaba que le sobaran el chumino con palos y cantos bien lisos, bien pulidos. Afianzaba sus patas delanteras y entreabría las de atrás a la espera del milagro placentero en medio de un corro de púberes excitados. El primer cachondo desvergonzado se atrevía a hincarle un dedo sin lastimarla lo más mínimo. El machote de turno, más insolente aún, se bajaba los pantalones y le arrimaba un pizarrín más enervado que enhiesto. "Luna" no mostraba sobresalto, no se inmutaba, mantenía la posición a la expectativa, jadeaba de anhelo, volvía, de vez en vez, la cabeza asomándole en los ojos una especie de rictus entre burlón y resignado. El corro de mozalbetes se cansaba y se deshacía. "Luna" se propinaba unos cuantos lengüetazos a solas.
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