Para que nada se pare

El momento de abrir un nuevo tiempo para avanzar tras cuatro años en los que Gijón ha despertado

Javier Suárez Llana

Javier Suárez Llana

"Para que nada se pare" fue uno de los lemas que protagonizaron las elecciones generales de 1982. Unos años antes, en 1977, el país iniciaba un camino que no tendría vuelta atrás con la constitución de los primeros ayuntamientos democráticos tras casi cuarenta años de dictadura. En Gijón, ese empeño democratizador se empezó a escribir con dos nombres propios, los de José Manuel Palacio Álvarez y Andrés Avelino Álvarez Costales, y con los de otros hombres y mujeres que, como María González Felgueroso, "Marujina la del Polígono", contribuyeron desde los barrios y los centros de trabajo, muchas veces de forma anónima, a que una ciudad en la que estaba todo por hacer entrara por fin en el siglo XX.

Aquellos años de entusiasmo colectivo fueron claves en el inicio de un largo proceso de regeneración urbana, de apuesta ambiciosa por el despliegue de los servicios públicos y de recuperación de espacios hasta entonces vetados, como el Cerro de Santa Catalina o el parque de Los Pericones, que pasaban así a formar parte del día a día de los gijoneses. Le siguieron después, en la década de los 90, otros igualmente intensos, que se alargarían hasta finales de los 2000. En ellos el crecimiento urbano, la integración de los barrios y la atención a la zona rural, o la reconciliación de la ciudad con su litoral formaron parte de una agenda que tuvo un reto fundamental: hacer frente a una reconversión industrial que abocaba a Gijón a convertirse en una ciudad de servicios para lo que ni estaba preparada ni tenía alternativas de desarrollo productivo que tomaran el relevo del Gijón fabril y obrero.

Ni los primeros ni los segundos fueron años fáciles. Pero frente a todas las dificultades, las políticas, las económicas, las sociales…, también las judiciales, se impuso una idea que constituyó en sí misma un proyecto de ciudad y que expresó con acierto y en pocas palabras aquel lema electoral: Gijón no podía quedarse parada, y bajo esa premisa se construyó la ciudad dinámica y abierta que conocemos hoy, consciente de los retos que tiene por delante pero orgullosa de cómo articula su sistema de cohesión social a través de una potente red de servicios públicos, prestados desde lo público, equiparable a la de pocas ciudades de nuestro entorno.

Desde entonces, han pasado más de dos décadas, y en la mitad de ese tiempo lo que pasó es que no pasó nada. Gijón perdió durante los gobiernos de la derecha, y probablemente algunos años antes, el impulso transformador que había caracterizado a la ciudad desde la recuperación de la democracia. La ausencia de un modelo de ciudad que diera continuidad y actualizara el anterior para dar respuesta a nuevos retos, como la emergencia climática, nos atrapó en un reiterativo ejercicio de gestión del día a día de un Gijón ensimismado y nostálgico que se reconocía más en su pasado que en su futuro. Este último mandato vino a romper ese letargo.

A lo largo de estos últimos cuatro años nuestra ciudad ha ido recuperando la ambición de mirarse cada vez más en esas ciudades europeas que admiramos cuando visitamos. Hoy Gijón tiene una agenda urbana renovada y viva que nos invita a hablar de cómo diseñamos unas políticas de medio ambiente y movilidad que son determinantes para nuestra salud y bienestar. De cómo utilizamos el espacio urbano del que disponemos y a quién le damos en él el protagonismo. De cómo avanzamos hacia una ciudad climáticamente neutra a la vez que transformamos nuestra economía creando empleo de calidad y con derechos. De cómo modernizamos nuestros servicios públicos para que sean más accesibles e inclusivos y respondan de manera rápida y eficaz a las necesidades del vecindario. De cómo, en definitiva, establecemos un nuevo contrato social que permita que durante los próximos diez años nuestra ciudad recupere el impulso transformador con el que inauguró la democracia.

Estos años han servido para despertar, y eso siempre es lo más complicado. Pero si levantamos la vista y callamos el ruido nos daremos cuenta de que hemos iniciado, tímidamente, una transformación urbana que llevábamos años esperando. Con aciertos y con errores, como lo fueron los períodos anteriores, pero convencidos de que la ciudad nunca debe parar ni volver atrás.

Ahora es el momento de abrir un nuevo tiempo, también en la izquierda. De incorporar lo aprendido estos años y avanzar, de forma decidida, valiente y consciente hacia un Gijón innovador y sostenible que ponga en el centro de las políticas públicas y del espacio urbano a las personas. Un nuevo tiempo para sumar nuevos protagonismos, colectivos, plurales, jóvenes y con nombre de mujer, que tomen el relevo y renueven las viejas luchas cotidianas que construyen ciudad. Un nuevo tiempo, como entonces, para que nada se pare.

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