Pero... ¿hubo alguna vez una comisión de investigación?

Sobre el conciábulo del tanque de tormentas del parque de los Hermanos Castro

Vidal Gago Pérez

Vidal Gago Pérez

Acaban de concluir las labores de una comisión de investigación que se marcó como objetivo esclarecer algunos aspectos del desarrollo de los trabajos del pozo de tormentas del parque de los Hermanos Castro. Como sujeto (muy) paciente de la misma quiero hacer aquí algunas consideraciones sobre ello.

Sobre su magro dictamen hay poco que decir. Contiene errores tan groseros como la contradicción de señalar, en el "hecho acreditado" octavo, que la previsión de un incremento era del 24,88%, para asegurar después, en la conclusión quinta, que era del 50%. Mejor pues que sea, como es, breve, así se incurre en menos faltas a la verdad. Pero, como ya es cosa juzgada, será mejor centrarse en lo que omite.

Que las comisiones de investigación no sirven más que para ratificar los convencimientos previos, es cosa sabida. Ésta no iba a ser una excepción, pero además presenta alguna peculiaridad, como la propia composición de la misma. Se presupone que deberían respetarse mínimamente las formas y ni siquiera esto fue así. Se incluyó entre los comisionados a una persona que, por su cargo de presidente de la EMA, tuvo que ver en el desarrollo de aquella obra. Juez y parte, para entendernos. Además, entre los once miembros de la misma, no se cuenta ni uno solo que tuviera experiencia alguna en ejecución de obras, ya no complejas, sino de ningún otro tipo, que permitiera hacerse un juicio completo de los hechos. Y, sobre contratación pública, tres cuartos de lo mismo.

La comisión fue ociosa e inútil ya desde su comienzo. Habría bastado con un paso adelante del director gerente cuando se planteó su creación en el consejo de administración de la EMA en primavera de 2020. Claro que, para eso, habría hecho falta el mínimo coraje y sentido de la responsabilidad que se le supone a una persona que tiene un contrato de alta dirección con su empleador. Como buen conocedor de todos los avatares del proyecto, bien los podría haber detallado ante el Pleno municipal, sometiéndose a las preguntas de los concejales y remitiendo la información que le fuera requerida.

En todo caso, aquella iniciativa salió adelante y, para ver el interés real que los comisionados pusieron en ello, basta ver el calendario seguido. Se decidió crear la comisión en mayo de 2020, pero no comenzaron las comparecencias hasta noviembre de 2021, año y medio más tarde. Por allí desfilamos diecisiete personas, para lo cual la comisión siguió aplicando la misma celeridad, llegando hasta julio de 2022. Dos por mes. De entonces hasta la propuesta de dictamen, en marzo de 2023, volvieron a transcurrir otros ocho meses, y ahora, en los albores de abril se cierra el asunto. En total tres años pasados entre la abulia de los representantes municipales, que en numerosas ocasiones se ausentaron o renunciaron a los escasos cinco minutos concedidos para hacer preguntas a los declarantes. Sólo dos aportaron sugerencias al documento que se les presentó y, como estrambote, el socio minoritario del equipo de gobierno ni se presentó a votar el dictamen. Vamos, que como en el famoso cervantino, más allá de la incontinencia fuesen y no hubo nada.

Al ciudadano gijonés, lo único que le preocupa de este asunto es la razón por la cual hubo de incrementarse el precio pagado finalmente y eso ya quedó explicado en los informes jurídicos y técnicos incluidos en el documento que le entregué a la alcaldesa el treinta de octubre de 2019, cuyas recomendaciones – no había alternativa– se siguieron para llevar a buen término la obra. De esta forma, el segundo modificado sólo pudo aprobarse tras comprobarse que “se deriva de circunstancias que una administración diligente no hubiera podido prever". El sobreprecio estaba justificado y así lo sancionó el propio consejo de la EMA. Todo lo demás fue un canto a Sabina: "Mucho, mucho ruido. Ruido de ventanas. Nidos de manzanas que se acaban por pudrir. Mucho, mucho ruido..." y la intención de acercar esto a los próximos comicios por parte de la presidenta de la comisión haciendo buena la sentencia de Bismark: "Nunca se miente más que tras la cacería, durante la guerra o antes de las elecciones".

Entonces ¿existió de verdad esa comisión? De no haber sido por la desgana, cada grupo municipal podría haber elegido a un propio para remedar "El hombre que fue Jueves", la inteligente novela de Chesterton. Así descubrirían los siete cómo todos ellos se persiguen unos a otros en lugar de buscar el bien común. Demasiado pedir para quienes ponen a presidir compañías que facturan decenas de millones de euros, a gente con pocas lecturas, mal escogidas y peor aprovechadas. Cabe recordarles, no obstante, la reflexión de una diputada de un partido distinto de los suyos durante una importante sesión en el Congreso: "Ahí fuera está el público y aquí dentro el circo. Los ciudadanos están esperando que hagamos cosas por ellos y nos pasamos la vida haciendo cosas para nosotros mismos. Si seguimos por ese camino cada vez menos gente creerá que estamos trabajando para resolver sus problemas".

De entre las escasas novelas de Jardiel Poncela destaca la que tituló "Pero... ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?", en la que refiere el equívoco medieval de la leyenda de las doncellas que acompañaban a Santa Úrsula. Aquel número tan abultado fue resultado de la mala interpretación de un escrito, hallado en un convento de Colonia, que relata la peripecia de las vírgenes a las que los vientos contrarios llevaron lejos de su destino, hasta la desembocadura del Rhin. Eran solamente once, como nuestros comisionados. Éstos también han llegado erróneamente a otra abra, la del Piles, pero mientras aquéllas fueron víctimas de los hunos, no puede decirse que hayan sufrido tanto estos otros, que habrán de potenciar lo bueno de la Empresa Municipal de Aguas y no sepultarla bajo ningún triste almorrón.

Suscríbete para seguir leyendo