Nuevas epístolas a "Bilbo"

Álbum de daguerrohaikus (12)

José Manuel Sariego

José Manuel Sariego

En cada uno de los álbumes familiares no pueden faltar imágenes de nuestros progenitores. Al menos de los pertenecientes a las dos o tres generaciones que nos precedieron. El problema estriba en que esas postales aparecen desdibujadas, borrosas, desteñidas, lo que nos impide hacernos una idea cabal de los antepasados. Lo que, a la vez, prueba, Bilbo, que las fotografías descomponen la realidad, corrompen la esencia de las cosas, ni siquiera nos suministran información fehaciente. Ha de ser la palabra que emana de la memoria capciosa quien acuda al rescate de nuestra ignorancia, quien colme nuestras ansias de conocimiento y fije los recuerdos. Lo que, en definitiva, perro dilecto, corrobora que el manido eslogan ese de que una imagen vale más que mil palabras resulta falso de toda falsedad.

Las abuelas

Dos delantales,

dos verrugas, dos gozos

y dos regazos.

Enriqueta, la paterna, sonreía siempre. Incluso delante de los féretros. Una sonrisa engañosa, claro. Una mueca turbadora, en consonancia con la pachorra que exhibía. Se sospecha que aquella cachaza sustentó su longevidad frente a los hachazos letales que la vida le propinó allí donde más duele: en los cadáveres prematuros de cinco de sus trece hijos.

Esperanza, la materna, se tapaba sistemáticamente el carrillo izquierdo con una mano. No quería, coqueta, que apareciera en las fotos una verruga grande y redonda. Sea por esa fea costra negra, sea porque le fusilaron al marido los vencedores vengativos, sea porque el pantano del Ebro anegó por las bravas la casa y los huertos, la abuela Esperanza andaba constantemente compungida.

Los abuelos

La guerra incivil

y la del hambre. Suenan

tambores lejos.

Tan lejos ambos como el horizonte del bebé o el bienestar del anciano terminal. Tan lejos ambos como la parva que aventa la máquina de beldar o el pájaro enjaulado que alerta del grisú (y muere). Tan lejos ambos como el estruendo de los cañones del frente del norte o el martilleo de la barrena mineral. Tan lejos ambos como la fosa indiscriminada de fusilados a la vera del penal de Burgos o la tinta negra de las lápidas de los silicóticos del pozo Monsacro. Tan lejos ambos como una película muda de Charlot o una bota de vino añejo.

Y tan cerca ambos como las fotografías antiguas que manoseamos o los mimbres apretados que aderezan cada uno de nuestros cestos en heredad.

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