De viaje con Jovellanos | Hasta Belmonte de Miranda (I)
Nueva ruta para redescubrir la región
El prócer inicia otro periplo, esta vez sin salir de Asturias, y visita el entorno de Jove y Poago, describe la ría de Aboño y sube al monte Areo
Sin apenas descanso y casi recién llegado del viaje a León Jovellanos inicia un nuevo periplo viajero, en esta ocasión íntegramente asturiano. El 13 de julio de 1792 comenzaba un recorrido que le iba a llevar hasta Belmonte de Miranda y en su regreso hacia Gijón aprovecha una vez más para realizar una serie de visitas por el terruño astur. La razón de ser de este viaje era recibir el hábito de Caballero de la Orden de Alcántara a la que nuestro protagonista pertenece. Esta orden tenía una regla semejante a la cisterciense y tal vez por ello don Gaspar eligió el monasterio de Santa María de Lapedum en Belmonte, ya desaparecido a día de hoy. El centro, y partes del occidente asturiano, tanto interior como costero, pasarán por la narración de Jovellanos en los próximos capítulos.
La orden de Alcántara es una de las cuatro órdenes existentes en España, junto con Calatrava, Santiago y Montesa, y su origen está relacionada con la victoria cristiana y conquista de Alcántara, en Extremadura, que pasa a manos de la orden de Calatrava a principios del siglo XIII, pero ante la lejanía a la propia Calatrava, cedió Alcántara a una nueva orden llamada de los "Caballeros de Julián de Pereiro", cómo esta nueva orden se estableció en la propia Alcántara a partir de 1253 sus maestres son denominados ‘maestres de la orden de Alcántara’ y así pervive el nombre hasta hoy.
El 13 de julio de aquel lejano, pero gracias al diario cercano 1792 Jovellanos nos dice lo siguiente para iniciar el recorrido: "13 de julio. Amanece Gertrudis con histérico y se suspende el viaje. Aprovecho la mañana para extender la carta en respuesta al marino Vargas Ponce sobre fiestas de toros. Sigue la indisposición todo el día, y se traslada el viaje para mañana sábado. ¡Qué deliciosa tarde hemos perdido!
Sábado, 14, a Avilés. Salimos de Gijón a las cuatro dadas de la tarde. Sol fuerte, templado por el nordeste; camino nuevo para mí por Jove a Puago, y su puente sobre el río que va a Aboño; vega harto ancha, que puede ser el Estuarium magnum de Pomponio Mela, porque por una garganta comunica con el estero de Aboño, y antes que éste se llenase de arena y la vega de tierra derribada de las alturas, pudo ser todo un grande estero. Las peñas de las altas laderas acaso confirman esta conjetura. El río divide los concejos de Gijón y Carreño. Súbese el monte de San Pablo, y corriendo por él se baja al valle de Carreño, atravesando el camino por la parroquia de Guimarán. Terreno hermoso, fértil, bien cultivado y plantado".
Mucho a comentar ya para empezar. Gertrudis del Busto y Miranda era hija de Joaquín del Busto y de María Teresa González Arango, familia de rancio abolengo en Pravia, de donde la propia Gertrudis era natural. Se casó con Francisco de Paula Jovellanos, el hermano de nuestro ilustre viajero, que quedó al frente del mayorazgo de la familia tras la muerte de sus padres y hermanos mayores, por tanto Gertrudis era cuñada de don Gaspar. Con ella tuvo sus más y sus menos tras la muerte de Francisco de Paula, Pachín, con algún que otro pleito de carácter económico.
Esa frase que padecía "histérico" hace referencia a una terminología de carácter médico que hasta bien entrado el siglo XIX se usaba para sintomatologías como desfallecimientos, dolores de cabeza, pesadez abdominal, espasmos musculares, irritabilidad, etc.
Efectivamente con fecha 13 de julio Jovellanos contesta a una carta de Vargas Ponce, y esta es sin duda muy interesante por la visión que nuestro protagonista da de la fiesta taurina. Lógicamente no voy a desgranarla aquí minuciosamente pero ya que él mismo la cita pongo un par de extractos y os invito a leerla al completo. Dice por ejemplo lo siguiente: "Esta diversión no se puede llamar nacional, puesto que la disfruta solamente una pequeñísima parte de la nación. Si no se habla de capeos, novilladas, herraderos, enmaromados, etc., que en rigor no pertenecen a la cuestión, quedará reducida esta manía a una pequeñísima y casi imperceptible parte de nuestro pueblo. El reino de Galicia, el de León y las dos Asturias, que componen una buena quinta parte de nuestra población, desconocen enteramente las corridas de toros (...)
Ni esta gloria, cuando lo fuese, sería de la nación, porque no consistiría en que hubiese en ella hombres y mujeres que asistiesen con serenidad al circo, sino en que hubiese hombres capaces de lidiar con una fiera y de vencerla. Pero ni cien hombres arrojados pueden probar que una nación es valiente, ni este arrojo, si merece tal nombre aquella disposición del ánimo que los distingue, puede llamarse valor. El hábito de ciertas acciones, al mismo tiempo que las hace fáciles, disminuye la idea de su riesgo, y desde entonces su ejecución merece más el nombre de destreza que el de valor. El africano que persigue los leones, el indio los tigres, el asturiano los osos, esperándolos y venciéndolos cuerpo a cuerpo en campo raso y sin auxilio, merecen más justamente el nombre de valientes (...)
Querrán los defensores de los toros sostener este espectáculo como una diversión popular, y si es así, querrán generalizarle para consuelo de nuestra gente. Dirán que el pueblo que no descansa no trabaja, y yo les paso esta paradoja. Pero usted sabe mi modo de pensar en la materia: el pueblo no ha menester espectáculos, basta se le deje divertirse. Él es el que, según su situación, su índole, sus facultades, debe buscar sus entretenimientos. Las diversiones populares deben ser fáciles, prontas, gratuitas, sencillas, inocentes, sin más aparato que el de la naturaleza en que deben tener su origen y de que no deben apartarse. ¿Halla usted acaso estos caracteres en el espectáculo de que tratamos? ¿Halla usted uno solo de ellos?".
Sin duda interesante todas y cada una de las reflexiones que Jovellanos hace sobre el asunto taurino, y que escribe el mismo día que arranca este viaje.
En el primer tramo del trayecto que hoy iniciamos con él, llega a la separatoria entre los concejos de Gijón y Carreño por la ría de Aboño y sus referencias históricas que en este caso Jovellanos equivoca. Menciona el estuarium magmun y lo pone en cita de Pomponio Mela cuando es el griego Estrabon quien nombra en su ‘Geografía’ el estuarium magnum como punto de separación entre ástures y cántabros. Pomponio Mela en su ‘De Chorographia’ escrito a mediados del siglo I también habla de tierras norteñas y hoy asturianas.
El monte de San Pablo que menciona es el monte Areo, una de las mayores necrópolis neolíticas de toda España con más de 30 túmulos catalogados y algunos excavados. Su planicie a unos 250 metros de altura fue elegida como primer emplazamiento de un posible aeropuerto de Asturias, y su etimología viene de una capilla dedicada a san Pablo en lo alto, hoy desaparecida, y Areo de las supuestas ubicaciones de las míticas Aras Sextianas que ensalzaban la figura de Augusto al llegar a estas tierras del norte de Hispania.
Escribe a continuación Jovellanos en su diario lo siguiente: "Enorme y feo canapé en medio de un gran trozo de camino, levantado sobre altísimos y fuertes paredones, y que debió por lo mismo ser muy costoso. País delicioso por todas partes, aunque no pudimos observarle bien por ser ya de noche. Caminamos mi hermana doña Gertrudis y Pachín, el canónigo de San Marcos Valdés Llanos, el presbítero D. José Cabo. Llegada a Avilés. Fuimos luego a ver al señor obispo; de vuelta hallamos con Gertrudis a la señora de Valdés y Cifuentes. A cenar, que es tarde".
Hace mención don Gaspar a su llegada a Avilés donde pernocta, visitando antes de irse a dormir al obispo, que sería Juan de Llano Ponte, en el palacio de esta familia que aún conserva parte de su fachada en la plaza del ayuntamiento avilesino. Con respecto a los canapés que no son muy del agrado de Jovellanos, alguno se conserva hoy y son obras del gran José Bernardo de la Meana. Todo lo que acontece antes de llegar a Avilés y al día siguiente lo vemos en el próximo capítulo.
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