Opinión
Un palacio en El Rinconín
Los intentos infructuosos de Gijón para convertirse en villa de veraneo de la familia real a comienzos del siglo XX
Hace un siglo que Alfonso de Borbón y Battemberg, entonces príncipe de Asturias, visitó oficialmente Gijón. Fue una estancia breve pero intensa: clausura oficial de la primera Feria de Muestras, asistencia a un partido de fútbol en El Molinón, visita a la recién terminada iglesia del Sagrado Corazón y diversas celebraciones sociales en su honor con el fin de estrechar lazos con las autoridades y la alta sociedad asturianas a la vez que propiciar cierta popularidad entre la población.

Un palacio en El Rinconín
El primogénito del rey Alfonso XIII, un adolescente de 17 años, aparte de una vistosa compañía para afines al boato y a la monarquía, fue sin duda considerado en 1924 como una pieza clave para relanzar Gijón como estación balnearia estival.
En la década de 1850, precisamente con las estancias en la Villa de María Cristina de Borbón (1852) y de su hija Isabel II (1858), se inició una moda –los baños en el Cantábrico– que no tardaría mucho en convertirse en negocio. Aristocracia, burguesía y clases populares fueron a rebufo de aquella aparente excentricidad que, ya a finales del siglo XIX, se había convertido en tendencia y que gozó de aceptación tanto por quienes gustaban del relumbrón como por quienes precisaban mejorar su salud.
La reina María Cristina de Habsburgo, esposa de Alfonso XII, fue quien consolidó definitivamente la tradición de la temporada de baños norteña, pero lo hará lejos de Gijón. En la década de 1890, ya viuda y reina regente, convirtió a San Sebastián en sede estival de la corte. Para ello costeó la construcción del palacio real de Miramar, frente a la bahía de La Concha y, así, cambió el destino de la Donostia contemporánea.
Otras localidades septentrionales no tardaron en ver la mecánica del negocio que suponían los veraneos regios y fijaron objetivo en Alfonso XIII.
Gijón jugó bien sus cartas en la visita real de 1900, con un recibimiento apoteósico que seguro complació y dejó buen recuerdo al monarca y a su madre, pero el asunto esencial partía de una clave que no se sustanció: construir un palacio de veraneo.
En 1902 Alfonso XIII comenzó su reinado de manera efectiva al ser declarado mayor de edad y en 1906 contrajo matrimonio con Victoria Eugenia de Battemberg. Los nuevos reyes de España no mostraron especial interés por continuar la tradición de los veraneos donostiarras junto a su respectiva madre y suegra, y ahí apareció la oportunidad, pero en Gijón no hubo preparativos para jugar la partida.
Sí se hizo en el entonces municipio de Carril, Pontevedra, anunciándose en 1907 la donación a la Corona de la isla de Cortegada, tras efectuarse su compra mediante una suscripción popular en Galicia orquestada por las fuerzas vivas locales. El rey aceptó el regalo y se comprometió a edificar allí, de inmediato, un palacio frente a la ría de Arousa. Pero la jugada fracasó en 1909, al doblar la apuesta Santander con el regalo de la península y el palacio de La Magdalena. Y así, desde 1913, la familia real veraneó en la capital cántabra mientras la reina madre lo seguía haciendo en Donostia.
En 1924 Gijón sí se preparó para la siguiente oportunidad, representada por el heredero del trono. Cuando Alfonso de Borbón llegó a la ciudad ya se había difundido una acuarela realizada por el arquitecto Manuel del Busto que mostraba una vistosa construcción campestre. Mezcla de castillo y casona hidalga, Busto había plasmado lo que podría ser el palacio de verano del Príncipe de Asturias y la tercera residencia de la Casa Real frente al Cantábrico. El emplazamiento que se apuntaba era indudablemente el mejor: la franja costera de la parroquia de Somió próxima al Cervigón, posiblemente la zona del actual parque de El Rinconín.
La apuesta jugaba con una lógica que podía ser efectiva: si el joven príncipe encontraba aquí su arcadia estival, ya convertido en Alfonso XIV, Gijón tendría opción a dar el relevo a Santander.
En esta estrategia la solución arquitectónica y el emplazamiento eran los convenientes, pero lo que no fructificó fue la financiación de la operación.
Aunque entonces la zona estaba ocupada casi en su totalidad por maizales, los terrenos eran privados y, aparte, estaba la cuestión de la edificación y equipamiento del palacio ya que, evidentemente, ni se planteó sugerir a la Corona que invirtiese un duro en la idea. El asunto volvió a colear con la nueva visita del Príncipe en el verano de 1925, pero nadie se aventuró a financiar la costosa apuesta que, por otra parte, también podía terminar como el fiasco de Cortegada.
Finalmente el palacio de El Rinconín se quedó en ese limbo del Gijón que nunca existió, si bien en su lugar contamos hoy con un magnífico parque costero municipal. En todo caso, la "operación Príncipe" gijonesa no hubiese tenido mucho recorrido debido a la proclamación de la Segunda República.
En 1931 las propiedades reales de Santander y Cortegada fueron incautadas pasando a ser patrimonio del Estado. Devueltas a Juan de Borbón en la década de 1950 por la dictadura de Francisco Franco, fueron revendidas por su propietario décadas después, tras lo que volvieron a ser adquiridas por entidades públicas. Aquí, al menos, nos ahorramos pagar dos veces por la misma propiedad.
Alfonso de Borbón, después de sus visitas veraniegas de 1924 y 1925, sólo retornó brevemente a la ciudad a finales del estío de 1930 y ya no volvió a pisar Asturias. Dejó de ser Príncipe en 1933 al contraer matrimonio morganático con Edelmira Sampedro.
Manuel del Busto, autor de este boceto ahora centenario y también de un proyecto anterior de puente para la isla de Cortegada que había regalado a la Corona, siguió trabajando intensamente hasta su fallecimiento en 1948. No vio construido el palacio de El Rinconín, pero sí su proyecto para el Sanatorio Marítimo, elaborado junto con su hijo Juan Manuel, que fue la primera construcción relevante levantada en esa zona, aunque hoy está totalmente desfigurada.
Un recorrido por la obra arquitectónica de Busto –así como la del también arquitecto Miguel García de la Cruz– puede verse actualmente expuesto en el Museo Casa Natal de Jovellanos con motivo del 150.º aniversario de su nacimiento.
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