Opinión
Quietismo y apocalipsis
Es imposible quitarnos del pensamiento el horror que se está viviendo en el Levante con el paso de esa DANA rabiosa. Desde nuestro hogar, nuestros seres amados cerca, neveras llenas, agua potable, coche en el garaje, desde nuestras vidas ordenadas, nos espanta constatar lo rápidamente que pueden desmoronarse en un apocalipsis colectivo hecho de miles de apocalipsis individuales. Personas que han de empezar de cero pero no saben ni dónde poner el pie para el primer paso.
Además de la empatía ante el desgarro ajeno, el escalofrío es intuir que estos fenómenos feroces pueden llegar a nuestro pequeño paraíso asturiano de agua, verdor y quietud. El filósofo Noam Chomsky lo ha resumido en una sentencia que estremece: "no habrá ningún lugar donde esconderse mucho tiempo". Un mensaje dirigido no tanto a la ciudadanía embargada por la impotencia -otros lo llaman "quietismo ambiental"- como a los poderes que frenan las transformaciones necesarias para revertir el rumbo del termómetro planetario.
El expresidente de Uruguay, José Mújica, confesaba recientemente en una entrevista que se había pasado la noche en blanco tras leer un informe sobre el calentamiento global elaborado por Naciones Unidas. El desasosiego le dejó en vela. "Legamos a nuestros descendientes una sartén", se lamentaba, y "las decisiones a tomar son de tal calibre que no sé si la política llegará a tiempo".
Me he quedado con la definición de democracia que el historiador Michael Ignatieff dejó formulada en uno de los múltiples actos durante la semana de los Premios Princesa. Es, asegura, el poder que se sitúa entre los grandes poderes y la ciudadanía, para evitar que aquellos nos arrebaten libertades y derechos.
Al negacionismo burdo que campa a sus anchas en las redes, a las líneas de investigación negacionistas patrocinadas por grandes corporaciones en universidades reputadas, ahora se suma la gran novedad del milenio: el patrocinio de las candidaturas presidenciales en las democracias. Si el propio presidente de un país subestima o directamente se mofa de la emergencia climática, la ecuación de Ignatieff se rompe.
Decía el sabio Mújica que lo que más le había gustado de la última cumbre climática fue lo que ocurrió en las calles. Supone depositar la esperanza en el activismo como palanca para que las democracias ejerzan el poder que se espera de ellas.
En todo ello pienso mientras me llegan llamadas de oenegés en ayuda de nuestros compatriotas afligidos, mientras me conmuevo leyendo historias de personas convertidas en héroes al rescate de perfectos desconocidos. Sí, definitivamente habremos de abandonar nuestro "quietismo" porque quizás sólo la suma masiva, incontestable, de voluntades individuales puede empezar a enderezar esto. Escoger, exigir y vigilar a quien debe protegernos.
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