Opinión | Añoralgias
Jam session gourmet
Ya dejó dicho Alfredo Rubalcaba que enterramos muy bien. Incluso a los bares, qué lugares tan gratos para conversar –cantaba Jaime Urrutia en medio de la movida, cuando aquel pop-rock de estrofas y estribillos reinaba ajeno a la tromba neolatina que se le vendría encima–. Tan bien enterramos que medio Gijón se volcó en las exequias del Savoy con sus condolencias, lamentos y testimonios de gratitud, multitudinarios sumando la abundante y variada clientela entre asiduos, esporádicos y puntuales, los turistas avisados y los fortuitos; concertistas, músicos de academia, artistas invitados, bandas de culto, improvisadores, principiantes tiernos, rockeros revenidos, noctámbulos, mitómanos, bebedores de oído... nostálgicos todos de cuando el ritmo no había arramblado con la melodía, como acaba de describirnos Serrat. Al duelo de despedida se sumaron estos días quienes no habrán entrado en una pequeña sala de conciertos desde que Felipe y Bottamino empezaban.
Javi Egocheaga avanza hacia la jubilación parcial, se recluye en su templo genuino, el Savoy pequeño, y no hay quien lo releve al frente del grande sin que medie un brusco cambio de giro. El todavía joven pero venerado local de la calle Covadonga cambiará por tanto una degustación en vivo de Rafa Kas Trío por una jam session de hamburguesas gourmet, puede que con Dua Lipa gimiendo de fondo. Ahora que la música y sus sucedáneos fluyen a chorros por la torrentera de internet, gratis total o casi, y los directos se disfrutan en formato de macrofestival, todo en uno incluyendo la estabulación voluntaria del auditorio en el precio de la entrada.
Consolidará este traspaso de negocio la vigente frescura de una mítica estrofa del Sabina más inspirado: la del pueblo con mar donde en lugar del bar del otro verano se encontró el de Úbeda una sucursal del Banco Hispano Americano. Nada comparable al impacto emocional de cuando Gijón perdió uno de sus teatros históricos, en pleno centro urbano. El logo de una clínica de estética colgó primero de la fachada del Arango, para acabar dándole el relevo a una oferta de doble cheeseburger bbq con ensalada. Y aún más dura y descarnada fue la despedida a los viejos cafés decimonónicos en el entorno de Corrida. El Oriental nos lo escamotearon a cambio de un banco, como a Sabina, y el Alcázar, en los bajos de una preciosa joya arquitectónica doblando la esquina con Munuza, ni lo traspasaron ni vendieron ni cerró por jubilación: en plena orgía del desarrollismo echaron abajo el edificio. Por eso en Begoña, a la puerta del Dindurra, debería haber una placa de reconocimiento a quienes en una encrucijada del destino habrán desoído la opción del fitness-gym, el bazar chino o las uñas esculpidas a la vera del Jovellanos, y salvaron el café.
La tendencia franquiciadora al alza nos conduce a un futuro no lejano en el que con un rictus de asombro preguntaremos, recurriendo a Jardiel Poncela: "Pero…¿hubo alguna vez en Gijón sesenta hamburgueserías?"
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