Opinión | Añoralgias

Millones de baldosas y un adoquín

Una calle del barrio judío de Praga, cerca de la Sinagoga Española, con el pavimento en renovación. La pinza de una grúa oruga sostiene en el aire un adoquín de metro y pico de espesor, que el gruista de cabina acabará incrustando con rutinaria destreza en una solera tierna de gravilla, formando en perfecta hilera. Docenas de veces repetida aquella mañana, la escena se suma a los muchos alicientes de una visita a la majestuosa capital checa: su legendario castillo, el puente de Carlos, Kafka y Wenceslao, o la cervecería que sirve las jarras de Pilsen en vagones de tren en miniatura. Aquel adoquín enorme, largo y moldeado como la barra de hielo a hombros del dúo Leblanc-Ozores, aflora en la memoria ahora que la oruga retro-excavadora, el volquete y el melodioso eco del martillo neumático vuelven a Cimavilla. A ver si al cabo de otros cinco meses de destripe y traqueteo, un poco más de plataforma única y millón y pico de euros después nos va saliendo algo parecido a un casco histórico antiguo.

Un adoquín gigante como los del Josefov de Praga nos vendría bien a modo de muestra, para que esa plataforma de marras que incorporará al Barrio Alto a la vanguardia de la movilidad sostenible, además de única, sea estable. Sobre anteriores intentos de pavimentación entre el Campo Valdés y la calle Artillería extenderemos el manto de un piadoso silencio, sin detenernos a calcular tiempo empleado y dinero fundido en pavimentos de quita y pon: adoquinados que se hunden al paso de furgonetas de reparto y residentes motorizados, con ese formato de adoquín flojo y raquítico que gastamos, que más que suelo callejero parece una tableta de turrón imperial. Poco se habla de nuestra vieja, acentuada y nunca hasta hoy corregida tendencia al embaldosado fallido, que a fuerza de remendado y renovado habrá de salir carísimo.

Cuentan veteranos de la Plaza Mayor que Paz Felgueroso irrumpió con fuerza en la Alcaldía, a principios del siglo en curso, con un loable afán de pavimentar más discreto, más práctico y más barato. Qué tenía de malo, pensaría, vestir aceras tirando unas planchas de hormigón (sin granulado grueso cara vista, esa modernidad absurda) y hasta una simple capa de asfalto sin más desvelo por lo ornamental. Primando lo útil, eficaz y duradero frente a ese desparrame de granitos nobles hasta en carriles bici, como si El Rinconín fuera Las Vegas (suponiendo que haya carriles bici en Las Vegas). Nada de baldosas que se despegan y si llueve te chiscas hasta la entrepierna. Las vas pisando como teclas de un piano y te sientes Sonya Belousova camino de Los Fresnos. Nada de tabletas como de turrón duro, que además ni sabemos colocar. Acabamos de recurrir en Pablo Iglesias (la avenida) a un expeditivo lijado final de aristas con amoladora eléctrica, para evitar tropezones corrigiendo saltos de nivel.

Aquel impulso inicial de la primera de nuestras alcaldesas por pavimentar Gijón con racionalidad funcional y economía de medios, pronto se daría de bruces contra una oficina local de Urbanismo largamente abducida por la COINFAMIBA, la poderosa e influyente Confederación Interplanetaria de Fabricantes de Millones de Baldosas.

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