Opinión | Palabras con silencios
El discurso del presidente de los obispos
Esta semana celebró la Conferencia Episcopal Española la 126ª. Asamblea Plenaria. Suele despertar expectativas el discurso inicial de su presidente porque es normal que presente un análisis de la situación de España sobre la que la misión de la iglesia debiera de incidir para contribuir desde sus posibilidades a mejorarla. Esta vez la curiosidad era mayor por tratarse del primer discurso de Luis Argüello, arzobispo de Valladolid, elegido en la anterior Asamblea del mes de marzo. Ese discurso es un test de la visión que tiene la Iglesia Española sobre la realidad a evangelizar. El novel presidente tiene fama de ser una persona lúcida que ha pasado de la cátedra universitaria a la cátedra episcopal.
No ha tenido mucho eco el discurso debido a la multitud de noticias espeluznantes y decepcionantes, dolorosas unas e indignantes otras, que inundan el panorama nacional. Se está más interesado en atizar el ambiente de polarización y populismo, negando y hasta odiando al otro que piensa distinto y, como denuncia el arzobispo, minando la reconciliación alcanzada inventando una lectura engañosamente democrática para "mantenimiento artificial de las dos Españas".
Después de una cita de Benedicto XVI en la que afirma que "la contribución de los cristianos solo es decisiva si la inteligencia de la fe convierte en inteligencia de la realidad" (el compromiso temporal) se centra en cuatro temas significativos de nuestra vida social. Añade, además, que pueden ser como "fragmentos" que nos ayuden a reconstruir, uniendo esfuerzo y voluntades, la convivencia social, un deseo patente en los ciudadanos, como se ha visto en la tragedia de Valencia, y negado desastrosamente en los gobernantes.
Las situaciones elegidas y reclamadas de urgente atención han sido: el decrecimiento demográfico con las alarmas de la bajísima natalidad, el desmoramiento de la familia hacia formas amatrimoniales, la disculpa de que "tener hijos es un lastre y algo caro", lo que provoca una peligrosa quiebra demográfica. La falta de vivienda, es el segundo punto, sobre todo en las populosas ciudades, con alquileres por las nubes que obligan a vivir en hogares compartidos y que impiden la constitución de familias. El problema del trabajo, principalmente de los jóvenes, con un desempleo estructural, de duración ocasional que impide la estabilidad de las personas. El cuarto es la inquietante "situación de la convivencia política" con un déficit creciente de vida democrática por falta de respeto a la legalidad, la supresión de facto de la separación de poderes y el clima cultural de la posverdad.
Algunos tildan la exposición de pesimista. La verdad es que no estamos para muchos "aleluyas". A mi manera de ver, es un buen diagnóstico, pero se ha quedado corto en la terapia. Tiene el valor de que hace una llamada a centrar la vida sociopolítica en los problemas reales de los ciudadanos y dejar de una vez los ideológicos, partidistas y descaradamente personales.
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