Opinión | Añoralgias
Bajando al refugio
Es un Seat 127 varado en Puerta la Villa, en el entronque con la avenida de Schulz, convertida en una laguna que al coche le llega a la altura del radiador. Tras el utilitario atrapado vadea un joven con el agua hasta las rodillas, protegiéndose del aguacero con un paraguas raquítico y dedicándole una tímida sonrisa al objetivo de Juan Carlos Tuero, que ese día de setiembre de 1987 retrataba con fino olfato de reportero gráfico aquel Gijón todavía en blanco y negro, de alpargates y sin plan de saneamiento.
La foto del 127 anfibio se guarda en la fototeca del Museo del Pueblo de Asturias y revive desde hace un par de semanas en Internet. La han puesto a rular por las redes como una reliquia del pasado, cuando cualquier borrasca profunda –todavía lejos de que las bautizaran con nombre de galán de cine antiguo– desbordaba los cauces fluviales, y entre Piles, Cutis, Aboño, Pilón y demás familia inundaban medio Gijón. La entonces carretera de la Costa era una sucesión de embalses, el paso inferior de El Natahoyo se llenaba hasta las luminarias del techo y los bomberos no daban abasto, lo mismo asistiendo en una granja en Pinzales que en Las Mestas, evacuando en zodiac al concejal de Festejos.
Suena a antiguo y lo recordamos ahora en blanco y negro, aunque hay imágenes de ayer como quien dice, en color y calidad digital, de coches surfeando una riada en Puerta la Villa o comerciantes en La Calzada achicando agua a calderos. Una tormenta de las de quitar el hipo despertó al vecindario la madrugada del 11 de setiembre de 2023, sin ir más lejos. Apenas fue un cuarto de hora bajo una tromba de agua que los móviles registraron de noche en videos apresurados: árboles retorcidos, andamios temblorosos, oleaje de granizo batiendo la calle Corrida y contenedores navegando en procesión hacia El Bibio.
Treinta años de Plan de Saneamiento Integral (sin terminar), tres pozos de tormentas, un parque inundable y docenas de millones de euros después, con sus retrasos y sobrecostes, sus disputas partidistas y sus pleitos judiciales, las cuencas fluviales de Gijón figuran entre las zonas costeras españolas de mayor riesgo en caso de lluvias torrenciales, como quiera que las bauticemos. La Unión Europea –que tanto contraría a esos nuevos libertarios que se preguntan quién es el Estado para impedirme a mí conducir mi híbrido enchufable tras bajarme una botella de vino– insiste en que dejemos de construir en zonas inundables y de echar porquería a los ríos, que van a dar a la mar. El panorama exige más dinero y recursos a enterrar en saneamiento, y es en ese contexto cuando procedemos ahora con unos "ensayos de penetración dinámica" para comprobar que bajo el Muro de San Lorenzo hay arena, como en el barrio de La Arena. Por si cabe ponerse a perforar un túnel de 50 millones de euros para los coches que haga juego con el del metrotrén, que no tiene ya ni pinta de ferroviario pero en clave internacional apunta a equipamiento básico: con la que está cayendo ahí fuera y esa cuadrilla de lunáticos camino de la Casa Blanca, como refugio nuclear nos puede dar la vida.
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