Opinión

Tocar fondo

Acaba de comenzar el juicio a Francisco Álvarez-Cascos por apropiación indebida de fondos del partido que él mismo fundó, una acusación que, según sus palabas, "es lo más triste que le ha pasado". Y aunque seguramente no es del todo así -episodios habrá en su vida personal que le habrán causado enorme aflicción, como perder a un ser querido- entiendo que alude al deplorable final de su proyección pública: en un banquillo, haciendo memoria de ciertos gastos particulares, al apunte y al tique, para tratar de justificar no haberlos pagado de su propio bolsillo. Tiene razón, es muy triste.

A mí, de hecho, estas situaciones me provocan especial pudor y pesadumbre. Contemplar a plena luz debilidades humanas, sumas de pequeñas miserias como deslizar un gasto por aquí, otro por allá, a cuenta ajena. Cuando los pecados son anónimos cabe fantasear con un estado de necesidad o simplemente reconocer que hay personas con un umbral moral más ajustado. Pero cuando presuntamente los protagonizan quienes han ostentado los más altos poderes en instituciones públicas y se les atribuye particular patrimonio y solvencia, hay algo de contemplación de la condición humana en plena desnudez y tocando fondo.

Lo pudimos comprobar después de la pandemia. En la situación de excepción que se generó entonces, la compra de material básico de protección, fundamentalmente mascarillas y guantes, se convirtió en un río revuelto en el que pescaron e hicieron fortunas muchos oportunistas, engordando precios a base de comisiones que serían inviables en condiciones normales.

Bien lo saben quienes gestionan dineros públicos y han de ajustarse a la normativa de contratos vigente, diseñada precisamente para hacer más difíciles corrupciones y fraudes. Puede que los procedimientos para el gasto público se antojen a veces tortuosos y serán probablemente mejorables pero los casos de las mascarillas nos recuerdan aquí y en otras latitudes lo rápida que anda la codicia, a la caza de resquicios y opacidades.

Es, como los saqueos tras la dana en Valencia, la tentación de echar mano y arramblar con lo que se pueda. Allí se clamaba por militares y bomberos, pero también por fuerzas de seguridad en cuya ausencia se organizaron vigilancias a pie de barro. Demuestra lo necesario de una sociedad basada en normas de obligado cumplimiento. La ausencia de esta estructura deja viejos instintos a la intemperie.

El juicio a Cascos copará seguramente titulares en próximas jornadas, con más declaraciones del protagonista y otras como la de la alcaldesa de Gijón y presidenta de Foro, Carmen Moriyón. Pero los primeros argumentos autoexculpatorios de quien fue vicepresidente del Gobierno español, ministro y presidente del Principado, dejan un regusto amargo.

Habrá razones para cada gasto, igual sí. O igual no. Que la justicia hable. Pero seguramente, si pudiera echar el tiempo atrás, gestionaría de otra forma esas cuentas dudosas. Sabiéndose hoy donde está, tocando fondo.

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