Opinión | Una persona genuina

Daniel Álvarez Prendes

Ha muerto un hombre bueno

En recuerdo de Luis Fernández Ardavín

Ha muerto un hombre bueno. Luis Fernández Ardavín, Luis Cayetano a su pesar, abogado laboralista, magistrado, bibliófilo, persona culta y dialogante, militante acérrimo de la izquierda sin partido, comprometido con la justicia social y la emancipación del género humano.

Orgullosamente asturiano, de Cereceda, L’Infiestu, no se doblegó ante nada ni ante nadie, ni siquiera ante la Parca. De hecho, desconcertó a la Medicina con su insólita tozudez ante la muerte. Cuando le diagnosticaron la enfermedad que pondría fin a sus días, le advirtieron que lo normal es que le quedaran apenas unos meses de vida. Dos años después, a finales de este verano, aún lo encontramos en su casa de Cabueñes, subido a una escalera con unas enormes tijeras de podar, acuriosando la sebe. Hablamos, como siempre, de libros. Nos contó con satisfacción que se había reencontrado con la lectura después del inevitable desasosiego al descubrir sus graves problemas de salud. «Manda narices que esté leyendo mejor que nunca, ahora que estoy moribundo». Lo dijo con la entereza que dan los años y el estar en paz con uno mismo. Si a alguien se le puso un nudo en la garganta en aquella conversación no fue a Luis.

Y es que Ardavín, como lo conocía la mayoría de la gente, fue una persona atípica y genuina. Estudiante extraordinario, se licenció «cum laudem» en Derecho por la Universidad de Oviedo en 1972 y dio sus primeros pasos en la abogacía junto a Juan Luis Rodríguez-Vigil, a la postre presidente del Principado. Desde bien temprano tuvo claro que lo suyo era el Derecho Laboral y comenzó así una carrera que lo convertiría en un prestigioso abogado laboralista en el tardofranquismo, el mejor de esta su tierra en opinión de quienes más saben. Insólita fue también la demanda por prestamismo laboral que él y otros, por aquel entonces, bisoños letrados como Felipe González y Cristina Almeida presentaron contra los gigantes de la industria naval gijonesa por prestamismo laboral. Y ganaron. A partir de ahí, defendió los intereses de la clase subalterna en numerosos casos de la desindustrialización asturiana, «desde mi posición de abogado, siempre más fácil que la de los trabajadores, con quienes compartí conflictos laborales y políticos que dejaron en mí esa huella que produce la dignidad de vivir los ideales», en sus propias palabras. También ejerció la docencia a mediados de los años ochenta en la Facultad de Derecho de la Universidad de Oviedo y si no dio el salto a la política, se debió a su carácter insobornable y poco combayón. «Soy demasiado ‘cantaclaro’ y visceral para ser político», confesaba a la prensa a comienzos de los años noventa. Propuestas para hacerlo no le habían faltado.

Se convirtió en juez en 1991, primero en Lugo, más tarde en Avilés y luego en Oviedo, para a continuación ascender a la sala de lo Social del Tribunal Superior de Justicia de Asturies, donde se jubiló felizmente en el año 2018. Su profesionalidad y rigor lo convirtieron en referente de las siguientes generaciones de abogados laboralistas, quienes no dudaban en recabar la opinión del veterano letrado, una vez jubilado, cuando no veían claro el enfoque que debían dar a sus casos.

Luis Cayetano Fernández Ardavín fue poco amigo de zarandajas y de eventos públicos, un tipo modesto y humilde hasta el límite. Siempre disfrutó, en cambio, de un buen libro, de una buena conversación y del calor de los suyos. La Sociedad Cultural Gijonesa reconoció su trayectoria con el Premio Juan Ángel Rubio Ballesteros en el año 2008, con el que se distingue la labor de «personas o entidades que, entregadas a la colectividad, luchan por alcanzar el sueño de una sociedad más justa, libre e igualitaria». Elevadas palabras que Ardavín merecía, de la primera a la última. La recogida de dicho galardón fue una de las pocas veces en la que accedió a subir a un estrado. La otra vez que somos capaces de recordarlo, micrófono en mano, dirigiéndose a un público amplio fue en el año 2016, en la escalinata de la Casa Sindical de Xixón, para dar un emotivo y lúcido discurso en el homenaje que allí se brindaba al histórico sindicalista de la Corriente Sindical d’Izquierda Vitorino Gonzalo, «Gonzalín». Hacemos hoy nuestras tus palabras de aquel día, Luis, y a la vida le damos gracias por haberte conocido y habernos permitido disfrutar de tu amistad. n

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