Opinión

Rebelión de las musas

Hace más de cuatro siglos, la pintora romana Artemisia Gentileschi acudió como testigo al juicio contra el hombre que la había violado. Prestó testimonio sufriendo tortura con un "aplastapulgares", práctica habitual entonces para despejar dudas sobre la veracidad de este tipo de acusaciones. En realidad, el juicio no era por violación sino por la imposibilidad del agresor, el pintor Agosto Tassi, de reparar la deshonra casándose con ella: ya tenía esposa.

Artemisia se mantuvo firme a pesar de que se jugaba sus manos, imprescindibles para desarrollar su talento artístico. También las tareas domésticas familiares, que recaían sobre ella tras la muerte de su madre. Atendía la casa -su padre Orazio y tres hermanos- y apuraba para estar en el taller de pintura de su progenitor. No es de extrañar que en su obra "Judit decapitando a Holofernes", ella tenga un parecido asombroso a Artemisia y la cabeza decapitada sea clavada a la de su violador.

Gentileschi es una de las artistas que emergen de las paredes en la exposición "Nvsbls, mujeres invisibles en la historia del arte" en Laboral Centro de Arte. El verbo emerger es muy apropiado porque los muros están desnudos salvo unos pequeños marcadores que, captados a través de una tableta, ofrecen imágenes de gran precisión de diez obras, además de información sobre sus respectivas autoras. En su mayoría, perfectas desconocidas.

Mientras visitaba la muestra regresé mentalmente a mi aula de COU. Aquella asignatura de Historia del Arte cuyo temario infinito atravesábamos a golpe de diapositiva. ¿Dónde estaban estas mujeres de talento imponente? ¿Por qué nunca se las mencionó? La escritora asturiana Ángeles Caso responde a la cuestión evocando la mentalidad de los eruditos -hombres- del siglo XIX que hicieron la gran recapitulación histórica del arte.

No se investigó tras iniciales o seudónimos, apropiaciones o ninguneos en trabajos de taller. Y si, a pesar de todo, ellas sobresalían, su trabajo figuraba en los manuales como una apostilla, sin mérito suficiente para hacerse hueco en el carro de diapositivas de una clase, en las paredes de un museo. Ellas, eso sí, eran musas.

Difícil imaginar cuánto tuvieron que hacer y soportar para rebelarse empuñando pincel o cincel Ende, Lavinia Fontana, Sofonisba Anguissola, Clara Peeters, Luisa Roldán, Rosa Bonheur, Camille Claudel, Janet Sobe, Maruja Mallo, que junto a Artemisia, son rescatadas de los muros de la nada en Laboral Centro de Arte. La exposición es un ejercicio simbólico que aspira a acto de justicia.

Redimir a quienes lo consiguieron es laborioso pero posible. Sólo hay que querer. Pero ¿cómo se recupera el talento aplastado? El que nunca fue. Si sólo el 1% de los fondos del Museo del Prado, el 3% del Bellas Artes de Asturias, llevan firma femenina, ¿podemos siquiera imaginar lo que falta? Levantar otros tantos museos e intuir el ingenio maniatado tras los muros de sus salas vacías.

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