Opinión

Épsilon

La "educación para la renta" en la que hemos convertido nuestro sistema formativo, especialmente el universitario, es una "crisis silenciosa" que altera la "distribución del acceso a una enseñanza de calidad, crucial en las democracias modernas", según la filósofa americana y Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales, Martha Nussbaum. Su colega italiano Nuccio Ordine, cuya muerte prematura le impidió recoger en 2023 el de Comunicación y Humanidades, describió los "efectos catastróficos que la lógica del beneficio desencadena en la enseñanza, con universidades-empresa y alumnos-clientes".

El rector de la universidad de Oviedo, Ignacio Villaverde, ha confesado su temor ante la futura competencia desigual entre la institución pública asturiana y las dos privadas que anuncian su desembarco en la región: Nebrija en Avilés y Europea de Madrid, en Gijón. En realidad, es un grito unánime de la red de universidades públicas españolas, que este año se verán superadas en número por las privadas.

Desde el cambio de siglo, con el acuerdo de Bolonia y la creación del Espacio Europeo de Educación Superior, la unificación de los grados a cuatro años para ser complementados con másteres, ha propiciado un negocio altamente lucrativo. Máxime cuando el propio postgrado regula la entrada a empresas, de forma que se acaba pagando -quien puede, porque son muy caros- tanto la formación como su atractiva bolsa de prácticas.

A modo de ejemplo, en la Comunidad de Madrid sucede que los centros privados de Formación Profesional superior copan las empresas que acogen alumnado en prácticas porque les ofrecen contraprestación económica. Una parte de la matricula va directamente a ese concepto. Las empresas, puestas a escoger, prefieren al que paga.

Si hablamos de capacidad investigadora, ya es otro cantar. En la clasificación de Shanghái, que mide la reputación de las universidades por el alcance de sus investigaciones, de las 27 españolas destacadas, sólo una es privada, la de Navarra. Las otras 26, públicas. La investigación, esencia de la actividad universitaria, no engorda la cuenta de resultados como lo hace una buena matrícula. En esto se va a mínimos.

Si las sociedades están dispuestas a permitir que la enseñanza, al igual que la salud, puedan ser un negocio, tendrán que responsabilizarse de desarrollar una exigente regulación y un control riguroso sobre su aplicación. En cuanto a admisión, becas, procesos de evaluación, promoción y titulación, compromiso investigador y responsabilidad social. Al mismo tiempo que se refuerza -hasta blindarla de cualquier ataque- a la universidad pública.

Lo contrario es dejar definitivamente en vía muerta el ascensor social, al entorpecer el acceso a una formación de calidad. La que define, según Nussbaum, las democracias modernas frente a mundos donde, como en la distopía de Aldous Huxley, la inmensa mayoría de los seres nunca abandonarán la casta de los Épsilon: mano de obra barata y sin derecho a sus propios sueños.

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