Opinión
Pericles
Traía hace unos días “Il Corriere della Sera”, si no el más importante sí el más conocido, y puede que longevo, de los grandes diarios italianos, una reseña sobre un ensayo que salía a la venta en las librerías italianas.
La ilustración que acompañaba el artículo era todo un anzuelo para leerlo; un cuadro del S. XIX que representa al propio Pericles dedicándole en el Ágora la famosa Oración fúnebre a los caídos en la reciente batalla. Un discurso de lectura obligada en primero de Ciencias políticas puesto que en él se substanciarían las esencias del gobierno democrático al estilo ateniense, que no el gobierno representativo tal como hoy lo entendemos.
El ensayo, de título La Gran guerra del Peloponeso, ahonda y desmenuza lo que ya escribiera hace 25 siglos el gran Tucídides sobre ese conflicto, sobre el que se fundamentaría la famosa Trampa que lleva su nombre, es decir, aquella en la que cayó la potente Esparta, y su liga, al declarar guerra a la emergente potencia de Atenas, y su liga. Un conflicto de varios años que llevaría a la victoria de los espartanos, al precio de dejar a ambos exhaustos y significando, finalmente, el acceso al mar Egeo de los persas, sus ancestrales enemigos.
Es oportuno traer a colación aquel conflicto, y sus consecuencias, porque, tras las alegrías de la globalización, que parecían traernos un mundo multipolar, la realidad nos ha devuelto a la bipolaridad, con el único cambio de la URSS por la emergente y potente China, resultado de la revolución interna de Deng Xiaoping, “no importa que el gato sea blanco o negro, sólo que cace ratones”. Con el resultado, como tantas veces a lo largo de la historia, de la tentación de seguir creciendo, a costa de las zonas de influencia del otro, lo que puede llevar a esa trampa que explicaba Tucídides.
En la etapa anterior, la de los bloques, aquella denostada Guerra fría, fue una forma de evitar el choque directo, resuelto en ocasiones mediante las llamadas Proxy wars, guerras “menores” por delegación, que tenían como objetivo desgastar al contrario, comprobar sus fortalezas y flaquezas, y dar un medio de desahogo a los halcones del equipo propio sin llegar a enfrascarse en una confrontación directa, que corría el riesgo de acabar en un conflicto nuclear. Y funcionó.
Estamos ahora en una nueva etapa de la historia, que no ha acabado pese a Francis Fukuyama, en la que vemos lo que queda de la otrora potencia, Rusia, reconvertida en potencia regional, dependiente del nuevo aspirante a hegemón, China, y esperando a ver qué hace el nuevo emperador en esa Proxy war que es Ucrania.
¿Qué hará Donald?
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